De cómo se rompen los códigos mafiosos


Ramiro Padilla Atondo

En una nota de reciente aparición en Proceso, un grupo criminal se da el lujo de ofrecer recompensa por el administrador de una página de facebook  llamada Valor por Tamaulipas. Seiscientos mil pesos por la cabeza de un tipo que sólo quiere vivir en paz. Incluso hay un número de teléfono para hacer llegar la información. Y hay quienes todavía dudan de la existencia de un estado fallido.
En ese orden de ideas, me puse a pensar porqué el crimen ha llegado a estos extremos. Parte de las razones me vinieron a la mente cuando terminé de leer hace unas semanas el Cartel de Sinaloa de Diego Enrique Osorno. No es el libro que México estaba esperando para explicar nuestra realidad. Es más bien una oportunidad de subirse al carro de la oportunidad de la literatura  maruchan de aeropuerto. Lo que sí tengo que reconocer es la reconstrucción de la personalidad de Miguel Ángel Félix Gallardo y su manera de manejar los negocios ilícitos. Nada de grandes demostraciones de fuerza. Perfil bajo. Se manejaba con austeridad en un México muy diferente al de hoy. Pero con su detención la distribución de drogas se fragmentó y el gobierno perdió el control.  Los carteles decidieron incrementar la violencia, y con este aumento se rompieron los códigos.



Por ejemplo, el que a un mafioso lo capturara la policía por medio de la investigación, era llamado un golpe limpio, esto es, no había represalias pues se reconocía que era parte de los riesgos inherentes a su actividad.
No se ejecutaba a familiares de los involucrados. La bronca era directa con el tipo que había robado, traicionado ejecutado a miembros del cartel. Tampoco se le ejecutaba enfrente de su familia.
La realidad era que había pocos carteles y entre ellos se conocían. El narcotráfico era una actividad marginal y el gobierno se hacía de la vista gorda. Todo mundo sabía quién andaba en malos pasos y cuál era la suerte que le esperaba. El problema es que ahora la población está en el centro de este fuego cruzado y no se ve una disminución a corto plazo.
Los cárteles ya no se andan por las ramas. Hasta número para pedir información ponen. Y en la ciudad de México y en todos los estados se firman acuerdos bien bonitos. Como si firmando se pudiera frenar la violencia. Pura política ficción.
Esto no se resuelve hasta que rompamos el círculo vicioso. Pocas instituciones tienen credibilidad en México, y la procuración de justicia no es una de ellas. Y estos vacíos han sido aprovechados por los grupos criminales para solidificar su control. El estado mafioso paralelo ya ofrece recompensa rompiendo otro de los códigos mientras miramos con indiferencia. Y tampoco es culpa del gobierno nada más. Todos tenemos que participar en reconstruir este asunto de la descomposición social. Y no es tarea de un año. Al menos nos llevará una generación. Y eso si nos ponemos las pilas.