Ramiro Padilla Atondo
ENSAYO
Hay
algo implícitamente tercermundista en el deseo de contar con la figura del
hombre fuerte como presidente. No significa otra cosa que la necesidad de
sentirse arropado por el rector de un estado omnipresente, que como un padre
benévolo o malévolo (dependiendo de la posición de simpatía o antipatía) vigila
los actos de los ciudadanos como un Saturno listo a actuar.
Ejemplos
hay varios. Lo sucedido en Venezuela es una muestra del culto al hombre fuerte.
De este tipo de situaciones, que reflejan un escaso desarrollo social, se han
formulado teorías que intentan explicar la aceptación de este hombre fuerte
como rector de la vida de los habitantes de los territorios gobernados.
Ejemplificando lo anteriormente expuesto, y
dentro del marco de una sociedad totalmente diferente, un debate que terminaría
mal (pero que aportaría luz acerca de lo
que se vivía hace un par de décadas) fue
aquel dentro del estado priísta donde invitaron a Mario Vargas Llosa a
participar. Dijo que en México existía la dictadura perfecta. Para la historia
queda la cara de un Octavio Paz enfurecido esperando que terminara el nobel peruano
para corregirlo. Vargas Llosa diría:
“Yo
quisiera comentar brevemente la brillante exposición de Octavio Paz. Él dice
que la descripción que hice de la transición hacia formas abiertas de sociedad
no encontraba el caso de México, y al describir el caso de México en cierta
forma tengo la impresión que ha
exonerado a México (sic) de lo que ha sido la tradición dictatorial
latinoamericana. Espero no parecer demasiado inelegante por decir lo que voy a
decir. Yo no creo que se pueda exonerar
a México de esa tradición de dictaduras latinoamericanas. Creo que el caso de
México, cuya democratización actual soy el primero en celebrar y aplaudir como
todos los que creemos en la democracia, encaja dentro de esta tradición con un
matiz que es más bien el de un agravante. Yo recuerdo haber pensado muchas
veces sobre el caso mexicano con esta forma, México ¡es la dictadura perfecta!”.
Después
de estas elecciones pasadas este tipo de construcción política resurgió de sus
cenizas. El mismo Vargas Llosa lo definiría como la construcción de una
retórica de izquierda (tomemos en cuenta que este encuentro ocurrió a finales
de los ochenta, antes de la llegada de los tecnócratas de la generación
Salinas, hoy esta retórica es usada y abusada por el neoliberalismo de manera descarada, o quien no se acuerda lo de un peligro para México). Por supuesto que quizá
lo que más molestó a Paz, fuera el hecho de que Vargas Llosa dijera que para
acompañar esta retórica se hubiese reclutado a los intelectuales, una casta que
al parecer va desapareciendo en México. Hoy ese lugar intentan ocuparlo sin
éxito los comunicadores, lo cual es un signo de degradación o trivialización.
En
estos tiempos se sigue pagando a los intelectuales con cargos para que se critique al sistema (hay
quienes lo hacen con una beca del FONCA sin que piensen que hay un conflicto de
interés). También se contratan comunicadores para que des-informen o ejerzan
una agenda. La figura del intelectual orgánico (cuyo nombre puede ser
contradictorio, un intelectual está en abierta contradicción con ser orgánico
porque esa es su función, como el director de la orquesta que dirige de
espaldas a la multitud) cobra relevancia pues ahora el gigantismo del estado reparte un
presupuesto en un país donde es un milagro vivir de lo que se escribe.
Vargas
Llosa expresaría también que el gobierno de hecho pagaba y cooptaba a los
mismos intelectuales para que lo criticaran, haciendo así el círculo perfecto.
El
retorno del PRI no significa otra cosa que el regreso de una máquina electoral
aceitada, o lo que llamaríamos la evolución de la dictadura perfecta a una
alternancia perfecta. Los signos de esta alternancia perfecta pudieron ser
vistos como la construcción de una retórica de la invencibilidad del candidato
puntero con la anuencia del partido en el poder, que decidió sacrificar a su
candidata en aras de mantener la impunidad después de las acciones fallidas de
sus gobiernos.
Y
el ahora presidente no llegó solo. El ogro filantrópico remasterizado regresó a
cubrir una serie de necesidades propias del nuevo lenguaje neoliberal. Una
casta cuasi sacerdotal que aprendió de su derrotas (si se les puede decir
derrotas, estas parecen ser con el paso del tiempo solo una jugarreta para
regresar triunfantes) que viene al rescate de la maltrecha sociedad mexicana.
Octavio
Paz corregiría a Vargas Llosa diciendo que lo que en realidad sucedía en México
era que existía un régimen de partido hegemónico de facto. Este partido
hegemónico entendía que la necesaria renovación pasaba por la experiencia de la
derrota, aunque esta derrota hiciera poca mella en su capacidad para mantener
la mayoría en los gobiernos de los estados, lo que significaba que quizá no tuvieran
el poder a nivel nacional pero no dejaban de ser mayoría a nivel estatal.
Los
gobiernos de oposición con poca experiencia intentaron negociar con los viejos
zorros, quienes decididos por agenda les dieron atole con el dedo, y ahora con
su regreso retoman las iniciativas bloqueadas para hacerlas suyas.
Los
primeros meses en el gobierno han sido una tentativa de regresar a los viejos
buenos tiempos, en un país con condiciones muy diferentes. El ogro apuesta por
la omnipresencia del estado aunque solo sea de manera parcial, y sus acciones
van encaminadas a la satisfacción de las nuevas élites en el poder.
Se
dice que los gobiernos neoliberales empezaron con Miguel De La Madrid, aunque
sus acciones más radicales se dieran en el sexenio de Salinas de Gortari. Una
nueva casta de millonarios surgió del afán privatizador. Esta nueva élite de
hombres de negocios cercanos al gobierno acumuló tal poder que decidió imponer
su agenda. Los resultados de las privatizaciones fueron cuantificables en el
mediano plazo y justo después del gobierno de Zedillo. Fox decidió co-gobernar
con los intereses fácticos con los resultados ya conocidos.
Si
se habla de planes maquiavélicos, este plan privatizador le aseguraba a Salinas
un control total del país hasta su regreso triunfal, como se ha dado después de
tres sexenios de destierro, (en el
libro México en llamas la periodista
Anabel Hernández pone en duda la
capacidad de influir del mismo Salinas) aunque la mancha del crimen de Colosio
en el imaginario colectivo se le cargara a él.
De
nuevo, los politólogos y los estudiosos analizan el poder, y estos análisis
sirven de muy poco. Latinoamérica es tierra de caudillos, que como tales son
una herencia hispano-árabe (Octavio Paz dixit).
El
estado en teoría debería ser fuerte dentro de una sociedad débil, aunque
vivimos la peor de las situaciones. Un estado débil con una sociedad aún más
débil fruto de las políticas equivocadas de los gobiernos de alternancia, que
obligó a muchos ciudadanos a voltear al pasado.
Octavio
Paz en el ogro filantrópico explicaría también el sentido patrimonialista de la
élite gobernante. Esto tiene sentido si se entiende que desde la corona
española el presupuesto se ha utilizado como si fuera de su propiedad. Federico Campbell explicaría esta
situación en su libro la invención del
poder; los robos al erario son justificables si se tiene un buen secretario de
administración. Todo cae dentro de la normatividad. Se pueden pagar cursos que no sirven para
nada por millones de pesos con el fin de ayudar a un amigo. Se puede dar
contratos sin licitación si se es amigo de alguien poderoso. Y las nuevas campañas políticas son una muestra
ostensible de ello. Se gastan recursos ilimitados con la intención de mantener
el poder.
Si
bien en muchos estados del país observamos a un estado fallido, un estado que
ha fallado como garante de la justicia. O como lo diría acertadamente Porfirio
Muñoz Ledo, quien no se cansaría de solicitar la desaparición de poderes, razón
por la cual muchos lo tachamos de loco (me incluyo porque ahora reconozco que
tenía la razón), con la vuelta al sistema Priísta, un alto porcentaje de
votantes, que no de la población, esperan que el ogro rudo del barrio regrese a
poner las cosas en orden. O bien utilice el sistema porfiriano de pan o palo
como lo ha comprobado con la defenestrada líder de los maestros.
El
espectáculo al que asistimos es el de la pax
priísta, paz hecha de cohecho, corrupción, cooptación
o violencia. La violencia también tiene su agenda. En tiempos violentos se
pueden tomar medidas extraordinarias, como sacar el ejército a las calles.
Pero
bueno. El ogro ha regresado. Ya se le metió en la cabeza la cruzada contra el
hambre. Como a todos los gobiernos que dicen combatir la pobreza pero que les
conviene mantenerla a esos niveles para seguir ofreciendo sus programas.
No
podemos dejar de ser escépticos. Después
de todo, los políticos cambian de color como los camaleones. Y la mezquindad
política sobrevivirá los tiempos. Al parecer ese es nuestro destino. Mientras no
seamos un pueblo preparado. Por ello cobra más que nunca relevancia la obra de
Octavio Paz. El ogro filantrópico no deja de tener actualidad. Después de todo,
los poderosos en este país no cambian.