Ramiro Padilla Atondo
Los
últimos días han estado llenos de declaraciones belicistas por parte de Corea
del Norte y su bien amado líder Kim Jong Un. Habríamos de entender que dentro
de este contexto, estas mismas declaraciones no deberían ser motivo de alarma.
Esta escalada de declaraciones del gobierno norcoreano bien podría haberse
tomado de la idea creada por John Foster Dulles, que llamaría este juego
perverso de declaraciones Brinkmanship o
cuesta resbaladiza, que consiste en hacer creer al enemigo que se tomarán
medidas extremas con la intención de hacerlo retroceder.
La
realidad de las cosas es que seguimos en un mundo muy desigual. El negocio de
Estados Unidos es la guerra y esta tensión sirve para activar su industria
bélica. El problema para los norcoreanos es que viven un pacto social que nunca firmaron
(parafraseando a Rousseau).
Vivimos
una situación en la que la mediocridad juega un rol importante en la toma de
decisiones. El líder norcoreano no es un dechado de virtudes, más bien ha sido
bendecido por ser parte de una dinastía hereditaria cuyo sistema ha matado de
hambre a más de un millón de sus habitantes.
La
desinformación juega aquí un rol importantísimo. Si bien he dicho que en los
Estados Unidos existen unos medios de comunicación muy poderosos, cuya
veracidad es inversamente proporcional a su agenda, esto es, se informa lo que
se necesita hacer creer al público, lo cual aplica también para Corea del Norte.
Se
maneja información sesgada que actúa como elemento cohesionante. Para que
exista esta cohesión se necesita un enemigo externo que amenace la paz y la
soberanía del país. Estados Unidos ha tomado con gusto ese papel, y explota
esta contradicción hasta la saciedad.
Octavio
Paz diría que uno de los elementos más curiosos del país del norte es el hecho
de ser una democracia al interior y un imperio al exterior. El inmortal Rius lo
detallaría en su libro Osama Tío Sam. Hay frases que prueban la veracidad de
este hecho. Al preguntarle a un norteamericano medio el porqué de la invasión a
Irak por ejemplo, la mayoría de las veces me contestan que su ejército pelea
por (su) libertad. Al analizar la veracidad de la frase entiendo que parte de
esta agenda belicista es hacer creer al público que realmente se está peleando
por (su) libertad. Yo sigo sin entender que tiene que ver el matar cientos de
miles de civiles inocentes con la
libertad.
Guardando
las proporciones, Irak no se compara con Corea del Norte, pues esta sí tiene
armas de destrucción masiva. Y viéndolo desde este punto de vista entendemos
que la guerra se ha desvirtuado, se ha perdido el honor. Muchas de las guerras peleadas en los últimos
siglos podrían no haber sucedido si los que las planearon y ejecutaron
entendieran que ellos también podrían morir. Imaginemos por un momento a los
líderes peleando mano a mano por su país.
Antes
los reyes encabezaban los ejércitos porque era una manera de probar su nobleza.
Hoy se juega a la guerra virtual a miles de kilómetros de distancia lo que hace
a las víctimas perder su humanidad. Se convierten en estadísticas, en simples
números. Mueren sin entender porqué alguien a miles de kilómetros de distancia
ha dictado su sentencia de muerte.
Este
asunto entre Corea del Norte, Corea del Sur y Estados Unidos no deja de ser una
pulseada. Los sud coreanos hacen sus maniobras militares muy cerca de su
frontera con el apoyo de los norteamericanos.
El
mediocre líder norcoreano (que no pasa estrecheces como lo puede probar su
rechoncha figura) no teniendo cosa mejor que hacer, se pone a arriesgar la vida
de sus compatriotas para probar un punto. Y la población le aplaude.
Y
los norteamericanos felices y gozosos. Este jueguito de la guerra se les da. O
sea que risueño el niño y todavía le hacen cosquillas.
Esperemos
que todo quede en palabrería. Que para eso todos los gobiernos son buenísimos.
La guerra es un asunto serio. Guerra es una palabra que debería utilizarse solo
en situaciones extremas. Si no pregúntenle al enano que se fue a dar clases a
Harvard.