Las playas que nunca fueron nuestras


Ramiro Padilla Atondo

Mi padre era profesor de inglés. Una de las variantes a su trabajo era enseñar español a los norteamericanos que vivían (y viven al sur de la ciudad). Somos una ciudad que está a cien kilómetros de la frontera con el estado más rico de los Estados Unidos. Por supuesto que para el ensenadense medio, mirar norteamericanos paseando por sus calles o viviendo en la ciudad es de lo más normal.
Este asunto de mi padre visitando norteamericanos para enseñarles español me brincó por la reciente modificación al artículo 27 constitucional. Yo tendría unos diez u once años cuando mi padre me pidió que lo acompañara. Sus alumnos tenían una colonia cerca de la bufadora (un géiser marino que atrae mucho turismo al área: http://es.wikipedia.org/wiki/La_Bufadora). Cuando llegamos mi padre llevaba un pase, una tarjeta con una firma que entregó a un guardia de seguridad, que al revisarla, le permitió el acceso abriendo un candado de un cerco de malla ciclónica.
Me pregunté porqué diablos una colonia norteamericana en pleno suelo mexicano, tenía derecho a impedir el acceso a una playa propiedad de nosotros. La colonia en comparación con la ciudad se miraba organizada y pacífica. Cuando llegó a la casa donde impartía su clase, me dijo que podría pasear por la playa para no aburrirme. Cuando llegué a la playa me sorprendió la cantidad de norteamericanos haciendo las más variadas actividades. Por un momento me sentí ajeno, como si me hubiesen soltado en Estados Unidos sin  previo aviso.
Y esta vieja historia vino a mi mente cuando empecé a leer las noticias. Parece que los políticos mexicanos tienen prisa por vender el país. Uno de los destinos preferidos para los norteamericanos retirados es precisamente Baja California. Tienen razón los norteamericanos en pedir certeza jurídica para su inversión. Hace algunos años muchos de ellos fueron desalojados por haber comprado terrenos en litigio:
El problema radica en las asimetrías de ambas economías. Para cualquier norteamericano es baratísimo vivir en México y especialmente cerca de la frontera.


Un mexicano jamás podrá competir contra la capacidad adquisitiva de un norteamericano de clase media-baja. Pero tenemos que entender que tenemos nula capacidad de decisión en los temas relevantes de la nación. A lo más que podemos llegar es a protestar como si esta protesta les importara a los políticos.
Tienen una agenda que solo ellos conocen. Y no, las playas nunca han sido de nosotros, ni el petróleo, ni los minerales ni nada. Todo eso es parte de un discurso diseñado para vendernos espejitos.
Revertir una ley como esta tendría forzosamente que pasar por una masiva protesta, en un país cuya formación pasa de manera forzosa por la televisión. Y si encima de esto tenemos la tendencia cultural a ser excesivamente condescendientes con los extranjeros, el asunto no pinta nada bien.
Yo lo vi con mis propios ojos a una edad temprana. Esa incomodidad que sentí cuando vi a los norteamericanos contemplarme con extrañeza en una playa de mi propio país nunca se me olvidó. Lo que me extraña es que Salinas o Zedillo no lo hayan hecho, y que Don Beltrone, cuyos amigos más cercanos no son los norteamericanos se haya convertido en su principal beneficiario.
Sobre este tema correrán ríos de tinta, pero dudo que algo suceda. Después de todo nosotros elegimos a nuestros verdugos con singular alegría, por una torta y una soda. Así que no podemos quejarnos. Como dice el dicho, el que es buey hasta la coyunta lame.