Legitimidad y eficacia en un estado asistencialista


Rodrigo Huerta Pegueros*

Los conflictos sociales que de manera consecutiva se presentan en el estado de Guerrero tienen que ver principalmente con la marginación, pobreza, rezago e injusticias que por décadas se han venido agudizando por la incapacidad, soberbia, desatención o ineficacia de gobiernos que han representado los intereses de la comunidad guerrerense.
Quizás, antes de que la entidad fuese reconocida como tal, hace ya casi 164 años, los pobladores de la región eran sometidos a crueles tratos por los hacendados, terratenientes y comerciantes, mismos que aliados con el poder público y particularmente con los militares destacamentados en estas latitudes, hacían a su antojo los que les viniese en gana. Esta situación  prevaleció una vez que se conformó la entidad como tal. Nada cambio en la forma como se manejaban los recursos naturales y públicos.
Las diversas luchas sociales que tuvieron que organizar y enfrentar los grupos liberales de principios de los siglo XIX y XX, costaron cientos de vidas humanas, particularmente de indígenas y campesinos. Las desigualdades sociales eran cada vez más notorias y la esclavitud que había sido abolida en México, en forma engañosa prevalecía en haciendas y ciudades comerciales, particularmente bajo el yugo de castas divinas, españoles y mestizos.  Todos ellos protegidos por los gobiernos centralistas encabezados por generales o empresarios de viejo cuño.


La evolución de nuestro sistema político nacional abrió canales para que las nuevas generaciones de guerrerenses tuviesen oportunidad de participar en la toma de decisiones, aunque la mayoría de las veces, las voces discordantes de los potentados políticos o económicos, eran sometidas a través de acciones violentas o extrajudiciales, lo cual convirtió a esta entidad como un estado bronco e ingobernable, en el más amplio concepto de la palabra. Guerrero bronco, como fue bautizado por los politólogos de la época posrevolucionaria quedó sellado por siempre.
La historia nacional y regional nos ha enseñado de que Guerrero ha tenido que caminar un largo sendero para llegar a obtener los bienes más preciados de cualquier individuo como son la libertad y la independencia, sin lograr obtener a plenitud sus derechos constitucionales debidamente tutelados como son la educación, la salud, la seguridad social y jurídica, bienestar y desarrollo.
La noche se prolongó por décadas hasta mediados del siglo próximo pasado cuando la nación tuvo fuertes convulsiones sociales de grupos y organizaciones aspirantes a la libertad de expresión, la petición de un alto a la represión por motivos políticos, acceso a la movilidad en el país y el acceso general a una educación laica y gratuita. Asimismo se solicitaban oportunidades para obtener mejores empleos y más remunerados y acceso libre y generalizado a los servicios públicos elementales y la apertura para una mayor participación política y acceso a los poderes públicos como alcaldías, gubernaturas, diputaciones locales y federales, senadurías y presidencia de la República.
Estas peticiones arrancaron una serie de respuestas negativas de parte de los gobernantes no prestos ni dispuestos a hacer concesiones y su respuesta fue la represión, el encarcelamiento, la ley lugar, la desaparición de personas y el cirre de centros educativos o asfixia a través de los subsidios a las universidades públicas como fue el caso de la Universidad Autónoma de Guerrero en los años sesentas, setentas y ochentas del último tercio del siglo XX.
Los resultados de los movimientos de protesta y movilización social rindieron sus frutos. Se logró vencer a los dictadores del viejo régimen priista y bajo presión hicieron concesiones para que el poder legislativo fuese renovado con la presencia de figuras míticas de la lucha social y revolucionaria. Los discursos discordantes con los del sistema establecido se hicieron patente en los escasos medios de comunicación que se atrevieron a desafiar al todavía viejo régimen intolerante, manipulador y represor.
Tras esa irrupción de líderes opositores al régimen priista, las reformas legales se dieron en cascada y se amplió el régimen de partidos políticos, se abrieron espacios para elegir alcaldes y gobernadores de otras facciones ideológicas y se reformó la ley para ofrecer garantías a todos los ciudadanos del país para hacer válido su derecho a la libertad de expresión y de prensa. Fue así como se abrieron nuevos espacios para el ejercicio de la opinión pública y se contrajo la forma de actuar de los gobernantes en contra de los periodistas o comunicadores incómodos.
Todas estos cambios ofrecieron a las nuevas generaciones de mexicanos y de guerrerenses una nueva forma de actuar en sus territorios, aunque huelga decir que en Guerrero, los cambios que se registraron a nivel central, tardaron en hacerse vigente, pues todavía en esta entidad los hombres de horca y cuchillo seguían operando y marcando la pauta de la función pública en detrimento de la incipiente democracia que se había inaugurado años antes.
El proceso democrático en la entidad fue, o mejor dicho, ha sido más lento que en otras latitudes del territorio nacional. Aquí, la separación de poderes, la rendición de cuentas, la transparencia, el respeto al estado de derecho, la atención a la demanda social, ha sido un mito, no es ni por asomo, una realidad tangible. Así lo dicen las instituciones oficiales y no gubernamentales que hacen ejercicio de auditorías a las entidades federativas del país. Guerrero ha salido más que reprobado, ocupa el último sitio de las 32 entidades del país.
Este comportamiento del poder público en Guerrero ha dado como resultado el incremento en los conflictos sociales. Las demandas de diversos grupos sectoriales no han sido atendidas, o han sido relegadas o simplemente han tenido una atención deficiente y con los resultados esperados, o sea, la irritación social y el descrédito que impacta inobjetablemente en la legitimidad, que es una de las bases fundamentales de la gobernabilidad, sin olvidar que también la eficacia ha sido puesta a prueba y ha sido reprobada, lo cual nos lleva a la conclusión de que el binomio en que descansa la gobernabilidad en una entidad como la de Guerrero, son disfuncionales.
No es, de ninguna forma desconocido para el gobierno de Guerrero que su legitimidad depende de la eficacia en la gestión pública y al parecer, no ha pasado la prueba, particularmente en la demanda social hoy convertida en una sobrecarga de demandas que ha venido erosionando peligrosamente su legitimidad que obtuvo en elecciones competidas y libres.
En Guerrero el problema no es la gobernabilidad sino la disfunción de una administración estatal que no es ni ha sido eficaz aunque sí en algún tiempo, legítimo.
Desde el punto de vista de la estabilidad político-social, el sistema democrático  esta frente a un atolladero y en la misma situación se encuentra el Estado asistencialista.

Periodista/Analista Político*