A propósito de Pedro Páramo

Ramiro Padilla Atondo

Hace cincuenta y ocho años la historia de la literatura mexicana se partió en dos. Un escritor poco conocido, oficial de migración y huérfano a temprana edad, habría de conmocionar el mundo de las letras con una novela corta, pero que inauguraba una nueva modalidad en la narrativa.
Pedro Páramo, novela poco comprendida al inicio,  pariría al padre de todos los padres, al arquetipo del criollo mexicano que decide ejecutar su venganza a un pueblo que de a poco se seca.
 Su inicio es uno de los más recordados en la literatura universal:
—Vine a Comala porque me dijeron que aquí vivía mi padre, un tal Pedro Páramo.
Novela donde varios pequeños universos confluyen, la narración en primera persona de Juan Preciado, los amores contrariados de Páramo con Susana San Juan, la habilidad de Fulgor para cumplir con los caprichos de su jefe y sobre todo, la complicidad del autor con el lector, al irle desvelando conforme avanza la narración,  la mortandad de todos sus protagonistas.
Hay ediciones que intentan agotar los supuestos del libro, y al igual que del autor, se ha escrito hasta la saciedad sobre los porqués del libro.
Se dice que en una conferencia, un estudioso de su obra le explicaría a Rulfo todo lo que el autor pasó por alto. Rulfo respondería:
—Exacto, el  libro es eso que usted dice.
La importancia de Pedro Páramo, a cincuenta y ocho años de su publicación, es su capacidad por atrapar al lector. Un amigo de García Márquez le tiraría el libro en la cara y le diría:
—¡Lea esa vaina para que aprenda!
El Gabo lo leería dos veces la misma noche. Entendería que no era un libro normal.
Pedro Páramo había nacido inmortal.

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