Fútbol, más allá de las canchas

Noé Ibáñez Martínez*

Las expectativas que ha generado el campeonato mundial de fútbol que se celebra en Brasil son impresionantes. Involucra a millones de personas desde espectadores, deportistas y organizadores, hasta ciudadanos que son ajenos a este deporte o incluso, rechazan su organización en este país sede porque violenta directa y/o indirectamente sus derechos y dignidad. Es aquí donde surgen cuestionamientos sobre los que valdría la pena reflexionar.

¿Cómo es que un deporte como el fútbol logra desencadenar tanta pasión?, ¿forma parte de la cultura del hombre como ser lúdico? y, ¿cuáles son los intereses detrás de este deporte que para su organización se invierten millones de dólares y, en contraste, subsiste la pobreza extrema como en Brasil?

A principios de este siglo, el historiador holandés Johan Huizinga propuso una nueva denominación en las etapas de evolución del hombre, basándose en que el juego es la esencia de la manifestación de la vida y el florecimiento de las sociedades. De esta forma, propuso que en vez de Homo Sapiens, como se le considera al hombre “pensante” actual, se le considerara Homo Ludens, ya que no es tan pensante como se creía; sin embargo, el hombre sí juega, expresando una función esencial.

Durante el juego reina el entusiasmo y la emotividad, ya sea que se trate de una simple fiesta, de un momento de diversión o de una instancia más orientada a la competencia, como es el caso del futbol. La acción por momentos se acompaña de tensión, aunque también conlleva alegría y distensión. Por ejemplo, “mientras un delfín nada en el mar tranquilamente, un hombre nada a su lado y le dice «te voy a ganar». El hombre trata de avanzar al delfín: se manifiesta así el espíritu competitivo característico de la especie humana. Ese mismo afán es el que ha llevado a la invención del «deporte de competencia», es decir, la representación lúdica de la lucha por la vida.

Afirma Huizinga que sin cierto desarrollo de una actitud lúdica, ninguna cultura es posible. En las civilizaciones antiguas, las competiciones formaban parte de las fiestas sagradas. Pero en las competiciones modernas, este vínculo con el culto y lo religioso ha desaparecido. El deporte moderno más bien es una expresión autónoma del instinto agonal, que un factor profundo de sentido social. Y a pesar de su importancia a ojos de participantes y espectadores, hay que admitir que se ha transformado en fiesta y espectáculo en donde el viejo espíritu lúdico ya no se encuentra presente; y ha sido invadido por la técnica, publicidad y propaganda, con miras a obtener ganancias monetarias por varios millones de dólares.

En Brasil, más allá de las canchas, los equipos participantes, el espectáculo televisivo y la pasión que desbordan los aficionados; el evento tiene su lado oscuro, donde el 18.6% de la población vive en la pobreza igual o peor que en México. El gobierno que encabeza Dilma Rousseff, a pesar del esfuerzo por proyectar una imagen positiva; diversos medios de comunicación han hecho pública la denuncia de una campaña emprendida que se conoció como “higienización social” que consistió en que ciudades como São Paulo, Río de Janeiro, Belo Horizonte, Curitiba, Porto Alegre, Recife, Natal y Fortaleza, se eliminara la pobreza de las calles próximas a los estadios y las zonas turísticas.

En los últimos meses y durante el desarrollo de la justa mundialista, miles de personas han salido a las principales calles de Brasil para manifestar su descontento y exigir mejor calidad de vida, educación y transporte. De acuerdo con el Centro de Investigación Pew, el 72% de los brasileños manifestaron estar insatisfechos con la situación económica de su país; y a una semana del Mundial, el Sindicato de Trabajadores del Metro decidió estallar una huelga indefinida ante la negativa del aumento del 16% a su sueldo.

Según datos de la Comisión Económica Para América Latina (CEPAL), se gastaron para la organización e infraestructura más de 10 mil millones de euros (176 mil 332 millones 218 mil 312.16 pesos). El Mundial más caro de la historia, en un país no tan rico. Se estimó que la cifra supera a la registrada en Alemania y Sudáfrica. Lo importante para la FIFA es que obtendrá el 95% de los ingresos que produzca Brasil 2014, es decir, cerca de cuatro mil 900 millones de dólares (11 mil 633 millones 895 mil 453.53 pesos).

En este contexto sobre la situación social y deportiva en Brasil, la afirmación de Huizinga de que la competencia deportiva actual ha desviado su espíritu lúdico como factor cultural de construcción de las sociedades, y que el interés monetario y la publicidad de las instituciones organizadoras violentan incluso la dignidad humana, confirma su teoría de que el hombre no ha alcanzado la etapa de Homo Sapiens.

* hist23@gmail.com

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