Una época en que todo lo bueno ha muerto

Hugo Alberto Falcón Páez

Estamos viviendo una época en que todo lo bueno ha muerto. Y lo dijo Nietzche. "Dios ha muerto". La razón no estriba en lo que uno dice o hace, se manifiesta en el mundo y sus habitantes. Han colapsado al amor.

La perfecta armonía de los niños, ha sido atrapada por el ocaso de la malicia y la depravación. La corrupción, es una ola gigantesca que mata a más de uno, sin comparar el accidental modo de las guerras en los continentes. La ética y la moral, son aplastadas para nunca tener sensación entre la humanidad. Sin libertad, sin conocer la real verdad del por qué estamos aquí.

Oscuridad en los corazones al criar conciencias, al llevar a cuestas el trauma de la niñez y cegar la ternura de un ser que con sus sentidos desea ser amado. Queda llorar en el silencio con los arcángeles y ángeles, que sin alas están desprendiendo sus carnes, y sin la providencia, están solos entre su pasado e inmaculación. La divinidad es un relato pletórico de fe, que al sólo cerrar los ojos, emula la muerte para recibirla con una mueca perfectamente hermosa. La bondad, ha sido cuestionada y extraviada fuera de este planeta, una catarsis que no enseña a sembrar ni a cosechar. 

Un beso me haría mantener una sonrisa, un abrazo me haría temblar de felicidad, y nunca saciaría de hablar acerca de lo que es el amor. Entonces, ¿por qué estoy viviendo una era decrépita? Sin razón, sin lógica, sin espíritu, sin filosofía, sin brillo. Es respirar una Tierra seca, entrampados en nuestra propia inocencia, en nuestras culpas, que cuando la vejez nos aprisiona, nos amartilla el cráneo y el plexo solar. Nos humillamos unos a otros, es una oquedad siniestra que no tiene sentido común. Sin abuelos, ni padres, ni hijos. Así la historia nos recrudece fantasías y lo correcto es detestado, odiado, engullido. Las almas buenas, están siendo cazadas y extinguidas. La civilización, con la explotación demográfica sin precedentes, es una plaga que se alimenta de suciedad. Y así, la tristeza invade a la humanidad, y la desesperanza es una melodía que impregna los cuatro elementos y los estados físicos.

Todo ha quedado en bellos recuerdos y lindas imágenes, a través de choques eléctricos, entre neuronas y materia invisible. Así el tiempo disimula la pertenencia de nuestros corazones, y enmudece al sabio y enloquece al profeta. No hay nada ya, nadie a quién seguir, nada a qué. Dios no ha muerto, sólo nosotros.


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