BREVIARIO: ¿Por qué se debe de ir Ángel Aguirre?

Alfredo Nava Pérez

Por qué el gobernador  Ángel Aguirre Rivero se permitió llegar hasta esta encrucijada, en donde parece que la única salida digna es la renuncia al cargo. De qué se le está juzgando en este momento al gobierno del estado y por qué con tanta severidad. ¿Será que existe un complot en su contra, como muchos lo creen? ¿Será que fuerzas políticas oscuras están conspirando en contra suya?, o ¿Será que existen antecedentes reiterados de corrupción, impunidad y vínculos con la delincuencia organizada por parte de su gobierno?

Si vemos como un hecho aislado el caso Iguala, suena bastante lógico el razonamiento de las personas afines al gobernador Aguirre, que argumentan: “si el ejecutivo estatal no dio la orden directa de balacear, detener y desaparecer a los estudiantes normalistas de Ayotzinapa, no tiene por qué dejar el cargo, ya que no hay responsabilidad jurídica de su parte en los hechos delictivos perpetrados el 26 y 27 de septiembre”. Sin embargo, si se revisan los diferentes sucesos violentos que desde el inicio de su gestión se han venido dando en el estado de Guerrero, la perspectiva del problema cambia en un ángulo de 180 grados.

El primer acto represivo, porque no hay otra forma de calificarlo, fue el asesinato de dos normalistas de Ayotzinapa en el año 2011, cuando un grupo de estudiantes de esa normal rural se manifestaba bloqueando la autopista del sol y al tratar de dispersarlos, policías ministeriales del estado dispararon a mansalva contra ellos. El segundo hecho violento se da precisamente en Iguala, en donde fueron levantados, secuestrados, torturados y ultimados 3 dirigentes perredistas, miembros de la organización Unidad Popular, entre ellos Arturo Hernández Cardona. Este acontecimiento es uno de los más lamentables, ya que los gobiernos federal y estatal tenían información que señalaba al otrora presidente municipal de Iguala, José Luis Abarca Velázquez, de haber orquestado el crimen e incluso de haber matado de dos escopetazos a su correligionario Cardona, y no se hizo absolutamente nada, se le dio carpetazo al expediente. En ambos casos, la corrupción al interior de la Procuraduría de Justicia del Estado ha impedido que se esclarezcan los hechos, que se finquen responsabilidades y que se procese a los culpables, consolidando con estas negligencias u omisiones, la impunidad que impera en Guerrero. La Procuraduría ha sido utilizada por el gobierno de Ángel Aguirre como tapadera de varios hechos delictivos, en lugar de usarla como instrumento que permita la impartición de justicia para los guerrerenses.

El hostigamiento, intimidaciones, detenciones y encarcelamiento injustificado de otros dirigentes de organizaciones sociales (como Marco Antonio Suástegui, CECOP) y de policías comunitarias (como Nestora Salgado García, CRAC), son algunos botones de muestra de cómo opera el gobierno del estado contra los grupos disidentes en Guerrero.

El linchamiento público que de la figura del gobernador Aguirre Rivero se ha hecho en los últimos días, tanto en redes sociales, medios de comunicación, como en las principales calles de diversas ciudades del país y del mundo, no es producto de la casualidad ni de la mala fe de miles de personas, es resultado de la forma tan obtusa de encarar el trágico acontecimiento de Iguala por parte del ejecutivo estatal. Lo que la gente tiene claro es cómo el gobierno del estado da bandazo tras bandazo, patina una y otra vez, primero al intentar justificar su inacción,  luego al querer deslindar responsabilidades y finalmente al tratar de administrar el conflicto  e implementar un plan para el control de los daños.

La entrega de tarjetas de atención integral y la creación de un comité encargado de valorar si las familias afectadas por las muertes y las desapariciones forzadas de normalistas son merecedoras de algún apoyo psicológico, médico o económico, no va a servir de mucho para contrarrestar los efectos negativos de esta masacre colectiva y, lo más probable, tampoco ayudará a revertir el enorme descrédito en que está sumido actualmente el gobierno de Ángel Aguirre. Más que dinero, las familias quieren justicia, quieren a sus hijos sanos y salvos de regreso en sus hogares.  Un gobierno que ofrece billetes en lugar de justicia, es un gobierno que debe de irse. 

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