Baltasar Hernández Gómez
En 1980
llegó a mis manos un ejemplar de Mafalda y desde ese momento empezó mi afición
por la historieta creada por Joaquín Salvador Lavado “Quino”. Los dibujos y
diálogos críticos y con sentido del humor me proporcionaron una visión
diferente del mundo de la década de los sesenta y setenta del siglo XX. Ver y
leer a Mafalda me produjo una emoción similar a la que experimentaba cuando tomaba
-a escondidas- las revistas de los Súpermachos del dibujante Eduardo del Río “Rius”,
que mi padre atesoraba en un cajón de su escritorio. Aunque algunos
comentaristas han pretendido encasillar la obra de Quino en el ámbito argentino,
la verdad es que sus razonamientos y perspectivas son mundiales y tienen
vigencia en el tercer milenio.
En un
contexto existencial donde constantemente la gente construye escenarios hipotéticos
(a pesar de que prestigiosos historiadores han insistido que no existen “los
hubiera”), me he preguntado cómo vivirían Mafalda y los personajes que la
acompañaron por 10 años. Los perfiles presentados por Quino muestran arquetipos
que la clase media reproducía hace cinco décadas y que no están muy alejados de
la contemporaneidad.
De la niña
de cinco o seis años de edad con cabello abundante y corte tipo casco de
motociclista guardo remembranzas que me invitan a la reflexión crítica. Los
estereotipos de ella, sus padres y amigos persisten como fórmulas para adentrarnos
a sentimientos y dudas no exteriorizadas que se generan en la niñez, adultez y
vejez, convidándonos a pensar que no hay un posicionamiento frente a los
acontecimientos nacionales e internacionales, sino muchos. Por tal motivo, la
prospectiva interna me reclama ubicarlos en la posmodernidad. ¿Cómo serían
físicamente? ¿A qué se dedicarían? ¿Seguirían siendo amigos? ¿Andarían en
marchas de protesta o inscritos en organismos no gubernamentales? ¿Trabajarían
para el gobierno o la ONU? ¿Se casarían y tendrían hijos revoltosos, que coman
sopa o vean el cómic de El Pájaro Loco?
Más allá de
elucubraciones futuristas el hecho es que Mafalda permanece con nosotros. La
niña de Quino, fue, es y seguirá siendo esa voz del lado izquierdo que insiste
en que no basta entender la realidad, sino pensar y actuar con congruencia y
determinación para construir un mundo mejor.
A
continuación presento la ruta de vida que imagino siguieron Mafalda y su
círculo de amigos y familiares, que hace apenas unos días cumplieron 50 años de
haber salido a escena (29 de septiembre de 1964):
Mafalda.
Mide 1.69
metros de estatura y pesa 57 kilogramos. Tiene una figura esbelta con caderas
pronunciadas. Obtuvo maestría en antropología precolombina y labora en el
Instituto Nacional de Antropología e Historia de México, país que la recibió en
1982 después de que solicitó asilo político en su embajada de Buenos Aires,
Argentina. Se casó con un exdirigente del Consejo Estudiantil Universitario de
la UNAM y procreó dos hijos: Salvador de 24 años y Diana de 17. Hace siete años
se divorció y vive con su hija en un departamento de la unidad habitacional
Tlatelolco en el Distrito Federal.
Actualmente
tiene una relación más o menos formal con un violinista de la orquesta
filarmónica de Puebla y vive preocupada por liquidar dos tarjetas de crédito
que están boletinadas por BBVA Bancomer y Santander. Le encanta escuchar jazz y
cada domingo por la tarde pone discos compactos de Los Beatles, que sigue
siendo su banda de rock predilecta. Está dedicada a llevar control de piezas
arqueológicas descubiertas en el complejo de Uxmal, Yucatán y prepara el
borrador final de lo que será su segundo libro sobre cosmología maya.
Naturalizada
mexicana desde 1999 no es miembro o simpatizante de ningún partido político u
organización civil y, aunque no es adicta al shopping, cada quincena adquiere
una o dos prendas casuales, un libro de historia y alguna que otra novedad
literaria del momento. Posee un automóvil sedán de dos puertas que está pagando
en abonos mensuales, pero prefiere utilizar el transporte colectivo de la
capital mexicana, pues así llega más rápido a su trabajo y gasta menos.
Dejó de
preocuparse por los problemas del mundo y de su país natal, porque entró a la
órbita esotérica. No es practicante ni devota de ninguna religión, pero asume
principios budistas mientras practica yoga. Su mente está enfocada a que ella,
sus hijos, amistades cercanas y pareja estén bien física y mentalmente. Sufre
de “tristeza”, como ella misma insinúa en las reuniones sabatinas con compañeras
de trabajo, pero la verdad es que un conocido de su novio, con formación psicoanalítica,
le prescribió bipolaridad en primer grado. Tiene 4 años tomando pastillas
Prozac y cada vez son menos los momentos de tristeza, pero paradójicamente sus
pláticas y risas han disminuido a tal punto de quedarse muda y distraída por largos
periodos de tiempo.
Al venirse
a México dejó familia, amistades y modo de vida, pues al radicalizar posturas
políticas en la Universidad de Buenos Aires, sus padres le dieron la espalda.
Desde que aterrizó en el aeropuerto internacional de la ciudad de México juró
no volver nunca más a las pampas y lo ha cumplido al pie de la letra. En 2000 tuvo
una ansiedad descomunal por regresar cuando le notificaron la muerte de sus
padres. No fue, pero lloró mares a la distancia. Los recuerda con una mezcla de
cariño y desprecio y aunque le duele no tiene más alternativa que conformarse y
seguir.
En el
estudio de su departamento conserva el globo terráqueo de cartón pintado de
colores brillantes que le regaló su padre a los cuatro años y al mirarlo
detenidamente sueña con regresar de incógnito a Buenos Aires para pasear por las
calles vestida de mezclilla y con un sombrero de ala ancha para que no la
reconozcan. Tiene pleno dominio del inglés, alemán y francés, pero jamás tuvo intención
de incorporarse como traductora en la ONU, como era su aspiración desde que era
niña. “La ONU es un grupo de fascistas”, le dijo a José Antonio, amigo que intentó
ponerla en contacto con un consultor de la UNESCO.
Ya casada
descubrió que la sexualidad le resultaba muy complicada y que prefería posponer
los encuentros, pues a padecía fuertes dolores de cabeza y escoriaciones en su
intimidad. No es asunto que le quite el sueño, pero hubiera preferido desplegar
un erotismo más activo y concebir multiorgasmos, esos que tanto le cuentan que
sienten sus amigas del ashram del Ajusco.
El papá de
Mafalda.
Aunque
nunca supo a ciencia cierta el nombre de pila, Mafalda y otros supusieron que
se llamaba Ángel, pues en algunas ocasiones la madre así lo expresó. Empleado
de una compañía de seguros durante toda su vida se jubiló con un sueldo
decoroso y unos ahorros que le permitieron vivir sin dificultades económicas. El
capital fue a parar a su cuenta bancaria y quien lo disfrutó fue Guille, quien
se quedó con el dinero después de que el notario público le hizo entrega de la
herencia (título de propiedad de un departamento, seguro por fallecimiento,
factura de automóvil y contrato bancario).
Los últimos
años de vida prácticamente vegetó porque el “adiós” de Mafalda lo sumió en
depresión. Casi no hablaba con Raquel ni Guille y pasaba extendidos ratos
llorando en silencio encerrado en su cuarto. La panza le creció y su aspecto
físico fue descuidado a pesar de que siempre tuvo a disposición ropa lavada y
planchada en el armario. Arrepentido por no haber entendido a tiempo las ideas
políticas y praxis social de su hija mayor su pena se transformó en holocausto,
que se acrecentó al percatarse que fue él quien con libros, historietas y
mapamundi redondo despertó en ella la reflexión crítica y toma de
posicionamiento frente a los acontecimientos argentinos e internacionales.
Vivió
distanciado de Raquel, pues le echó la culpa por no oponerse al tajante despido
de Mafalda. Desde finales de los ochenta del siglo pasado durmió en la orilla
de la cama matrimonial y apenas tuvo roces corporales y palabras para ella,
quien procuró acostarse cubierta de rizadores y embadurnada con cremas faciales
con olor a naftalina. Se volvió adepto a pastillas tranquilizadoras que le
“bajaban” los nervios del trabajo y la honda nostalgia de haber perdido a su
niña.
A los 72
años falleció junto a su esposa cuando se dirigían a vacacionar al sur de
Argentina pensando en reconciliación. Un tráiler de gran tonelaje los arrolló
de frente al salir de una curva pronunciada. Eran las 9:11 de la noche del 21
de marzo del año 2000.
Raquel, la
mamá.
Vehemente en
los quehaceres domésticos Raquel descuidó todo lo demás. Al vivir preocupada en
anotar mercancías y menús de comida, el departamento era literalmente un
muestrario de limpieza y gastronomía popular. En muchos sitios de la casa tenía
pegados recortes de papel con sugerencias de compra, así como fotografías de
Mafalda junto a Guille.
En los
últimos años engordó hasta alcanzar un peso de 122 kilogramos y su cabello
rizado a fuerza de tantos rizadores con gel la hacía ver como un esperpento que
provocaba temor a vecinos, amigos y familiares. se volvió callada y sólo emitía
señas para hacerse entender. Su vocabulario era mínimo y sus ademanes vastos.
Con su esposo entablaba entendimiento a través del movimiento de los ojos. Con
los demás frases cortas.
El mutis le
dio apariencia de estar alejada de la realidad y parecía que no albergaba
ningún sentimiento, sin embargo, a solas, cobijada en edredón mullido de color
azul marino, lloraba desconsolada por Mafalda. Desde su partida nunca supo nada de ella y sus fotos fueron el
santuario donde depositaba cantidades industriales de frases cariñosas, llanto
y discusiones imaginarias sobre política. Cuando vio de frente al tráiler que
venía como bólido con los faros de neón encendidos brotaron imágenes fugaces de
su hija probando a regañadientes un plato de sopa de pollo, de Guille mordiendo
el chupón y de su esposo aniquilando a manotazos las hormigas que trepaban por
su azalea consentida.
Felipe.
Es contador
público y trabaja desde hace 20 años como actuario en la compañía de seguros
ATM. Ocupa un cargo directivo donde analiza los ajustes de accidentes en
automóviles particulares. De lunes a viernes viste de traje gris y corbatas de
diferentes colores y estilos. Está casado con Laura, licenciada en Derecho con
quien tiene 3 hijos. Cuando estos eran pequeños los llevaba cada fin de semana al
parque nacional, pero desde que ingresaron a la preparatoria se queda en casa
viendo programas de deportes.
Con su
primer sueldo -en 1985- acudió al odontólogo para que le pusiera prótesis y así
dejó atrás años de burla por su problema de dientes salidos. Aún cuando su
aspecto tuvo cierto atractivo con las mujeres, su esposa, la única novia formal
que tuvo, lo atrapó al quedar embarazada de Pedro, su primer hijo. Tras 19 años
de matrimonio abriga sospechas de que Laura lo traiciona, pues desde hace 6 años
todos los sábados abandona la casa para reunirse con sus primas y amigas,
dizque para jugar cartas y contar chismes. Prefirió creer la explicación y dedicarse
a ver partidos de fútbol, para no ahondar los problemas conyugales.
Cuando
llega la melancolía baja al sótano de la casa vetusta y sin reparaciones que le
heredó su padre y saca del armario de roble apolillado, su disfraz de Llanero
Solitario, con el que tantos sueños trenzó en su niñez al lado de su querida Mafalda,
a la que no ve desde aquella primavera de 1981 en que quedó rota su amistad
cuando ella propuso reivindicar la lucha estudiantil en la Facultad de Antropología
y él se negó rotundamente, pues los alborotos “iban contra sus principios".
Mafalda se dio la vuelta vestida de blanco y nunca más le dio la cara.
Siguió frecuentando
a Susanita, pero cortó la relación de tajo después de que tras largos años de
insistencia, enfilaron a la habitación número 11 del motel Ringo y tuvieron
sexo. Susy, como la llamaba cariñosamente desde la preparatoria, se convirtió
en acosadora, pues hablaba a toda hora a su teléfono móvil, recordándole que
era el máximo espécimen masculino que existía sobre la faz de la Tierra y que
pelearía hasta la muerte por tenerlo junto
a ella. De eso hace 2 años y la extraña, pero nunca devolvió llamada.
Vive añorando
el día de jubilación, para escaparse a Córdoba, echando distancia inalcanzable
de la egoísta Laura y de los tres terribles enfants crecidos, que no paran de
sacarle el dinero que le sobra quincenalmente. Milita en una organización de
derecha, que muchas personas aseguran tiene nexos con los “cabezas rapadas” de
Alemania.
Cada vez
que coloca un acetato de Los Beatles vienen a su memoria las tertulias con
Mafalda, pero no la niña, sino la adolescente con senos crecidos y cadera
prominente, a la que en una noche de octubre de 1976 le propuso ir a la cama. En
esa ocasión Mafalda se le quedó viendo fijamente con sus ojos cafés y río un
largo rato, contagiándolo de alegría. Las carcajadas hicieron que volviera a la
realidad.
Susanita.
Con una
estatura de 1.78 metros, regordeta y con el cabello rubio y mal teñido, Susana
Chirusi pasa 10 horas seis días a la semana frente al mostrador de perfumes en
la tienda departamental BDG. Nunca pudo encontrar al hombre que reuniera las
cualidades requeridas por ella y su familia. Se aferró a Felipe, pero éste se
casó -según ella- con una mojigata
leguleya que escondía promiscuidad sexual con ropa holgada y poses de “señorita
bien”. ¡Cásate conmigo “Lipe” esa tonta de Laura no es para ti. Va a engañarte
a la primera de cambio! Obviamente Felipe no le hizo caso y siguieron viéndose
como amigos.
Los Chirusi
fracasaron en el negocio de joyería de plata y quedaron en la miseria. Susana
dejó los estudios universitarios y sus sueños de ser madre y esposa de
millonario guapo quedaron en el baúl de las aspiraciones incumplidas. Nunca fue
bonita ni tuvo buen cuerpo, y protegida por su familia chapada a la antigua,
los hombres no se le acercaban porque creían que era antipática y presumida (lo
cual no estaba alejado de la realidad, aunque ello siempre lo niega). Desde muy
pequeña aspiró a ser mamá de un ejército de niñas y niños, pero como no pudo,
empleó sus cualidades para fortalecer sus dotes comunicativas. No obstante que
viste a la moda, ésta no le acomoda y pasa desapercibida para los cientos de
hombres que desfilan por el escaparate de perfumes donde ella obsequia muestras
de Dolce & Gabana, Gucci, Oscar de la Renta, Carolina Herrera, Cartier y
Paco Rabanne.
Es delegada
distrital del partido conservacionista y cree firmemente que es necesario que
haya mano dura contra organizaciones marxistas-leninistas, pues son elementos
de desestabilización política y económica. A través de Facebook ha tratado de
contactar a Mafalda, pero no recibe respuesta. Siente gran culpabilidad porque
se acuerda que en el trayecto de la marcha contra las políticas
antidemocráticas del Ministerio del Interior -de la calle donde está la
Legislatura de la Ciudad a la Plaza de Mayo- Mafalda fue golpeada y llevada a
la comisaría por ser líder que gritaba las más fuertes consignas contra el
gobierno argentino. Continúa flagelándose verbalmente y come las uñas de su
mano izquierda hasta sangrar, porque ella fue la que avisó a las autoridades
policiacas y de inteligencia que su amiga estaba preparando una manifestación conspirativa.
Lo que no sabe, pero presiente en el fondo de su corazón, es que ni hoy, mañana
o más allá Mafalda le contestará……y esa es una más de sus ruinas morales.
Tuvo dos
relaciones con hombres mucho mayores que ella y al final la dejaron por
jovencitas más agraciadas y menos hablantinas. A sus cincuenta y seis años de
edad quiere pensionarse y viajar por Suramérica para conocer gente y ver si con
algo de suerte logra amarrar a un anciano ahorrativo que le brinde lo que
siempre soñó. Con 85 kilos de peso los vestidos le quedan ajustados, lo cual
provoca comentarios chuscos. A ella esto no le preocupa porque envuelta en
fragancias sigue fantaseando que en algún lugar de la Argentina de Kirchner,
Brasil, Uruguay e incluso México, puede existir un galán otoñal que la rescate
de su pesadilla. Mientras llega el momento, se repite a sí misma, teje chismes
acerca de la manera de vestir, gesticular y andar de sus compañeras de trabajo.
Los dimes y diretes los difunde a tres mujeres del departamento de cosméticos
Revlon, igual de amargadas que ella.
Manolito.
Manuel
Goreiro estuvo orientado a ampliar los abarrotes y ultramarinos de su padre
para convertirlos en una cadena de supermercados. La niñez y adolescencia se la
pasó vendiendo y revendiendo productos que sustraía del negocio familiar y
guardando las ganancias en una caja de zapatos. Sin embargo, a la edad de 17
años, su obsesión por la cultura norteamericana lo llevó a probar drogas.
Primero fue la mariguana, luego el LCD hasta convertirse en adicto del crack. La
madre patria y el emporio comercial cayeron por la borda y enfadado por su destino
gritaba a cada rato ¡La puta que me parió!
Los ahorros
fueron dilapidados en sustancias psicotrópicas y aunque heredó la tienda de Don
Manolo el gusto le duró poco, ya que a los tres años de administración perdió todos
los activos debido a la enorme deuda contraída con Lloyds Bank. Sus habilidades
aritméticas se esfumaron y anda por la ciudad capital argentina ganándose
algunos pesos australes engañando a transeúntes con el juego de “dónde quedó la
bolita”. El presumible magnate mercantil se transmutó en indigente.
Desde los 26
años perdió contacto con la realidad y no pudo aproximarse a familiares y
amigos. Se dejó crecer la barba y su ropa andrajosa le da un aspecto indeseable.
Duerme tapiado con gruesas capas de cartón corrugado bajo unas escaleras que
atraviesan la avenida San Juan y tiene como compañía a hombres y mujeres que
pensaron en rocanrolear en bandas famosas, pero que las drogas terminaron
metiéndolos en el laberinto del Minotauro.
En sus
“viajes siderales” recuerda embutidos, latas, telas, lácteos y dulces. Vienen a
su mente los amigos de la infancia, a quienes presumía que sería grande entre
los grandes y muchas noches de sus ojos claros sin brillo brotan lágrimas
salitrosas que van a parar a su barba repleta de canas amarillentas. ¡Ni modo!
piensa Manolete, profiriendo miles de palabrotas y echándoles la culpa a los
mestizos que no comprendieron las aspiraciones de un hijo de españoles bien
nacido que aspiraba convertirse en Rockefeller.
Miguelito.
Miguel
Pitti es un hombre que alcanzó grado de doctor en filosofía. Impartió clases en
escuelas privadas a nivel bachillerato, pero optó por vivir de lo que realmente
le gusta: la escultura. Coexistiendo todo el tiempo con una madre soltera y
egocéntrica, Miguelito no pudo relacionarse con mujeres y encontró en un
exalumno de modelaje, Ricardo, al compañero perfecto. Vive con él desde hace 13
años. Su mamá nunca aprobó la relación y mucho menos que durmieran al otro lado
de su cuarto. Al fallecer doña Martha se quedaron a habitar el departamento de
80 metros cuadrados a pesar de la negativa de muchos vecinos.
El consorte
de treinta y seis años además de que le sirve de amante es modelo y vendedor de
las esculturas elaboradas en bronce, mármol y madera en el centro de Buenos Aires.
Perdido en besos rasposos, las conversaciones de “Migue” se centran en la
cotidianeidad. Los grandes cuestionamientos del universo y la vida en la Tierra
se perdieron por la vereda tropical y no tienen “v” de vuelta. Como la mayoría
de los que se consideran genios, Miguel es él y nadie más que él, situación que
lo ha puesto al borde de la histeria y de quiebre con su pareja, quien tiene
que soportarle poses fuera de lugar.
No obstante
que su abuelo le inculcó admiración por Benito Mussolini, Miguel defiende los
derechos humanos de gays, indígenas, negros y asiáticos. Siente admiración por
Nelson Mandela y Gandhi. Cada viernes final de mes sale de su departamento
vestido de mujer fatal y se dirige a bares de la municipalidad en compañía de
Ricky. No tiene remordimientos ni añoranzas del pasado, pues el hoy y ahora es
su ideología para disfrutar las cosas buenas de la vida.
Libertad.
Por practicar
basquetbol en la secundaria Libertad creció a estatura promedio (1.65 metros),
dejando atrás un cúmulo de burlas por haber sido tan pequeñita en la infancia.
Es trabajadora social en un hospital cristiano y goza de su labor con niños y
adultos que quedaron lisiados en la “guerra” por Las Malvinas. El fervor de las
ideas políticas avanzadas que tenía cuando niña lo depositó en su fe por
Jesucristo. Sin consagrarse como monja ha dedicado 19 años de su vida a la
oración y cuidado de personas desvalidas. Trae bajo el brazo un ejemplar de la
biblia Reina-Valera y en sus ratos libres lee y relee los evangelios,
principalmente el de Juan, que considera el más bello de los cuatro que tiene
incluido el nuevo testamento.
Las
críticas al sistema capitalista fueron canalizadas al apoyo a niños sin padres,
a adultos con problemas motrices y un sinfín de actividades altruistas. ¡Dios
sabe porque hace las cosas! es su letanía más socorrida y deja que el curso de
las cosas terrenales no obstaculice su acercamiento místico con el arquitecto
del universo. En sus oraciones pide por sus amigos y solicita al ejército de
ángeles, arcángeles, querubines y santos que a Mafalda se le hayan quitado sus
horrendas ideas.
Aspira a
ser misionera en África para auxiliar a enfermos de ébola y tiene fe que las
cosas diabólicas serán exterminadas por la espada del arcángel Miguel y que los
malvados serán castigados en el juicio final. ¡Lo del César al César y lo de
Dios a Dios! se repite una y otra y otra vez, para quitarse de la mente los pensamientos
anticapitalistas que todavía rondan por su cabeza. En ciertas noches de
contradicción toma con su mano derecha un llavero de 30 centímetros de largo
hecho con diminutos eslabones de acero y lo azota sobre sus muslos flácidos de
color traslúcido.
Guille.
El hermano
de Mafalda, Guille, es master programador de computadoras en una fábrica de
aparatos Motorola. Opera desde su Ipad por lo que no tiene que presentarse
diariamente en el complejo industrial ubicado en el litoral de Río de la Plata.
Vive en unión libre con Guadalupe, secretaria del Ministerio de Economía que
conoció cuando fue a tramitar su tarjeta de incorporación al registro de
contribuyentes. Tiene un hijo de 9 años de edad que se le parece mucho
físicamente. Pablito, al igual que él, lanza preguntas que dejan azorados a cualquiera
que esté cerca ¿Por qué a veces te rasuras las axilas como si fueras mi mamá?
Las risas con rubor aparecen en incontables ocasiones y tiene que pararse con
la excusa de ir al diminuto baño de su departamento. Éste fue herencia de sus
padres, después de que fallecieron en forma espantosa al ser embestidos por un
tráiler en la carretera que va a El Bolsón en la Patagonia.
Quiso ser
pintor porque desde pequeño le gustaba garabatear en las paredes, pero prefirió
inscribirse en la Facultad de Ingeniería para tener una carrera del futuro y
así fue que obtuvo el título universitario en programación informática. Consume
de 2 a 5 vasos desechables de sopas instantáneas, en virtud de que su esposa no
tiene gracia en el “arte culinario”.
Cuando
piensa en Mafalda le brota resentimiento, pues la memoria se estacionó en el instante
que ella “los abandonó”. Lo que nunca supo es que su hermana huyó del núcleo
familiar debido a que sus padres la maltrataron y corrieron por su activismo
político cuando estaba en el último año de la carrera de antropología. Sin
embargo, guarda en un armario los objetos personales de su hermana mayor y
juega con ellos anhelando que estuviera con él.
Lupita
tiene un ligero parecido a la actriz francesa Brigitte Bardot de la que estuvo enamorado en su niñez y
pubertad, pero sabe perfectamente que su cuerpo (que enseña hueso) no tiene ningún
parecido a la de la despampanante gala. Desde hace 7 años pospone vacaciones a
México, deseando el pretexto para encontrar a Mafalda, porque un excompañero de
la universidad le dijo que se encontraba
en tierras aztecas. Le gustaría abrazarla y darle muchos besos, pero al mismo
tiempo arrojarle decenas de cachetadas en la cara por lo malvada que fue al
dejarlo sin su presencia.
Octubre 2014.
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