Salvador, a 111 años de su nacimiento sigue siendo el "Divino Dalí"



Salvador Dalí nació a las 8:45 horas del 11 de mayo de 1904, en el número 20 de la calle Monturiol, en Figueras, provincia de Gerona, en la comarca catalana del Ampurdán, cerca de la frontera con Francia. El hermano mayor de Dalí, también llamado Salvador (nacido el 12 de octubre de 1901 y bautizado como Salvador Galo Anselmo), había muerto de un «catarro gastroenterítico infeccioso» unos nueve meses antes (el 1 de agosto de 1903). Esto marcó mucho al artista posteriormente, quien llegó a tener una crisis de personalidad, al creer que él era la copia de su hermano muerto.1 Su padre, Salvador Dalí i Cusí, era abogado de clase media y notario, de carácter estricto suavizado por su mujer Felipa Domènech i Ferrés, quien alentaba los intereses artísticos del joven Salvador. Con cinco años, sus padres lo llevaron a la tumba de su hermano y le dijeron que él era su reencarnación, una idea que él llegó a creer. De su hermano, Dalí dijo:
...nos parecíamos como dos gotas de agua, pero dábamos reflejos diferentes... Mi hermano era probablemente una primera visión de mí mismo, pero según una concepción demasiado absoluta.

Su precocidad es sorprendente: a los doce años descubre el estilo de los impresionistas franceses y se hace impresionista, a los catorce ya ha trabado conocimiento con el arte de Picasso y se ha hecho cubista y a los quince se ha convertido en editor de la revista Studium, donde dibuja brillantes pastiches para la sección titulada "Los grandes maestros de la Pintura".
En 1919 abandona su Cataluña natal y se traslada a Madrid, ingresa en la Academia de Bellas Artes y se hace amigo del gran poeta granadino Federico García Lorca y del futuro cineasta surrealista Luis Buñuel, de quien sin embargo se distanciará irreversiblemente en 1930. En la capital adopta un extraordinario atuendo: lleva los cabellos largos, una corbata desproporcionadamente grande y una capa que arrastra hasta los pies. A veces luce una camisa azul cielo, adornada con gemelos de zafiro, se sujeta el pelo con una redecilla y lo lustra con barniz para óleo. Es difícil que su presencia pase desapercibida.
Durante los años setenta, Dalí, que había declarado que la pintura era "una fotografía hecha a mano", fue el avalador del estilo hiperrealista internacional que, saliendo de su paleta, no resultó menos inquietante que su prolija indagación anterior sobre el ilimitado y equívoco universo onírico. Pero quien más y quien menos recuerda mejor que sus cuadros su repulsivo bigote engominado, y no falta quien afirme haberlo visto en el Liceo, el lujoso teatro de la ópera de Barcelona, elegantemente ataviado con frac y luciendo en el bolsillo de la pechera, a guisa de vistoso pañuelo, una fláccida tortilla a la francesa.


En su testamento, el controvertido artista legaba gran parte de su patrimonio al Estado español, provocando de ese modo, incluso después de su muerte, acaecida en 1989, tras una larga agonía, nuevas y enconadas polémicas. El novelista Italo Calvino escribió que "nada es más falsificable que el inconsciente"; acaso esta verdad paradójica y antifreudiana sea la gran lección del creador del método paranoico-crítico, de ese maestro del histrionismo y la propaganda, de ese pintor desaforado y perfeccionista, de ese eximio prestidigitador y extravagante ciudadano que fue Salvador Dalí. El chiflado prolífico del Ampurdán, la llanura catalana barrida por el vertiginoso viento del norte que recoge las suaves olas del mar Mediterráneo en una costa tortuosa y arriscada, descubrió el arte de la mixtificación y el simulacro, de la mentira, el disimulo y el disfraz antes incluso de aprender a manejar su lápiz con la exactitud disparatada y estéril de los sueños.
Su longeva existencia, tercamente consagrada a torturar la materia y los lienzos con los frutos más perversos de su feraz imaginación, se mantuvo igualmente fiel a un paisaje deslumbrante de su infancia: Port-Lligat, una bahía abrazada de rocas donde el espíritu se remansa, ora para elevarse hacia los misterios más sublimes, ora para corromperse como las aguas quietas. Místico y narciso, Salvador Dalí, quizás uno de los mayores pintores del siglo XX, convirtió la irresponsabilidad provocativa no en una ética, pero sí en una estética, una lúgubre estética donde lo bello ya no se concibe sin que contenga el inquietante fulgor de lo siniestro. Dalí exhibió de forma provocativa todas las circunstancias íntimas de su vida y su pensamiento.










Publicar un comentario

0 Comentarios