Ramiro Padilla Atondo
Siempre que me enfrento a una discusión
sobre determinado tema, termino por llegar a un callejón sin salida. Primero,
porque por lo regular las discusiones tienden a ser asimétricas, somos únicos y
nuestra perspectiva del mundo pareciese que también lo es.
No tenemos las mismas experiencias ni
(parafraseando la mexicana fatalidad) la vida nos ha tratado de la misma
manera. Intento en lo posible sustentar lo que digo basado en mis lecturas pero
por lo regular, soy el único que ha leído los libros sobre los que intento
discutir. Vana presunción la mía. Primero, a los demás les importa un cacahuate
lo que he leído o estoy leyendo, o segundo, están bastante felices pensando de
la manera que piensan.
Las redes sociales están llenas de
frases memorables que cumplen el fin de hacernos ver bien, ahora ¿Cuántos de
los que publican frases glamorosas al estilo de “el que lee un libro encuentra
un tesoro” o “por un país de libros” realmente lo hacen? Este snobismo
literario tiende a ser absurdo cuando de cifras de lectura se trata.
Una de las razones fundamentales para
leer sería la capacidad de opinar sobre un tema sin mirarse ridículo. Digo, al
menos se podría tener una conversación medianamente productiva si nos
informáramos acerca de algunos temas comunes con el interlocutor.
Siempre he criticado los libros de
superación personal (los best-sellers en México) aunque en mi juventud los
leyera con devoción. De uno de esos libros saqué información concluyente que me
ayuda en caso de tener que asistir a un evento a donde asistirán personas
expertas en un tema que desconozco. El libro decía que había que
prepararse leyendo temas afines a los de
estas personas, pues causa una buena impresión. Me ha servido muchísimo, pero
quizá lo que me ha ayudado más es la curiosidad sincera por conocer esos temas
gracias a mi cultura libresca. El mundo se transforma cuando empezamos a
reflexionar acerca de lo que hemos leído, así se trate de un tema literario o
un manual de botánica. Aunque seamos de poca retentiva, lo poquito que se nos
quede ayuda muchísimo.
Además los libros enseñan a dudar. No se
puede aceptar como verdad absoluta aquello sobre lo que se tiene pasión, pues
una vez que esta llega, la razón sale por la puerta trasera. Este efecto
secundario de la lectura ayuda a poner las cosas en perspectiva. No se duda por
pura cultura, se llega a dudar por terquedad. Cuando en una discusión acalorada
se acaban los argumentos la mejor arma es la retirada. Es mejor apartarse e
investigar sobre el tema. Quizá la idea propuesta no sea digerible a los
presentes que como dije al principio tienen un cúmulo de experiencias
diferentes a la mía. Aparte no ando haciendo campaña proselitista para
conquistar los favores de un electorado.
El lado lúdico de los libros es que
hacen del lector consumado un tipo irónico, con gran placer por el sarcasmo que
es una forma de inteligencia. Por lo regular el no-lector tendrá opiniones
fraccionadas o pobres sobre cualquier tema. El mundo es blanco y negro, López
Obrador es un peligro para México y linduras por el estilo. Esa es una de las
razones por las cuales el no leer libros afecta la manera en la que vemos el
mundo.
Viene como anillo al dedo la historia de
la joven escritora Chimamanda Ngozi Adichie, de Nigeria, quien advierte sobre
el peligro de una sola historia desde una perspectiva lúdica (sus videos se
pueden ver en youtube). Esta falta de lectura nos pone siempre en el camino de
una sola historia. O estás conmigo o estás contra mí.
Nada más agradable que sentarse a
platicar con una persona que lee. No solo porque su lenguaje es rico, lo es
también porque por lo regular con el hábito de la lectura se pueden conocer
lugares y personas al grado de describirlos a la perfección. Sobran los
ejemplos, Piura, que es la primera imagen que me viene a la mente, fruto de mi
lectura de La Casa verde de Vargas Llosa, la mangachería, los apristas, los
inconquistables, la selvática y sobre todo la arena, la eterna arena del norte
de Perú. O el Dublín de Joyce por citar a otro autor.
Terminar la lectura de un libro
sensibiliza y no necesariamente tiene que ser de sumo provecho lo leído. Se lee
por placer, por curiosidad o porque se tiene el vicio. Yo puedo leer en los
camiones, en la línea de espera, en el banco, en cualquier lugar. Y luego, si
lo que se ha leído es bueno, vienen las comparaciones, las asociaciones y el
entendimiento de que lo leído proyecta de manera clara la vida real.
O cuando se lee un ensayo que al
principio parecía estar escrito en griego, y poco a poco y con ayuda de un
diccionario se convierte en una manera valiosa de ver la vida desde otra
perspectiva. Recuerdo mi primera lectura del Laberinto de la soledad de Octavio
Paz. Mentiría si dijera que no me costó trabajo, porque al final, la lectura se
convierte en una gimnasia mental. Si solo leemos libros cómodos será difícil que nuestra percepción del mundo
cambie. En cambio un libro difícil se convierte en un reto a superar, como
cuando le ponemos más peso a nuestras pesas. Conceptos como neotomismo o
sincretismo sonaban a cosas lejanas y con un significado críptico.
Porque hay libros que te obligan a hacer
cosas. Libros que hacen que tu perspectiva de la vida cambie de manera
completa. Quizá el ejemplo más claro de un lector en la historia de la
literatura sea el del caballero de la triste figura, Don Alonso Quijano, que a
fuerza de leer novelas de caballería enloquece. Un ejemplo claro de locura
literaria que ha acompañado a los demás lectores por los últimos cuatrocientos años.
En el otro extremo, no leer se convierte
en un peso demasiado grande para aquellos que aspirar a crecer en cualquier
aspecto de la vida. Un ejemplo que viene como anillo al dedo es el del nuevo
presidente. Para nadie es un secreto que la lectura no es una de su prioridades. Y esta falta de lecturas
lo ha convertido en objeto de burlas desde antes de iniciar la campaña. Su
percepción del mundo es empobrecida y no se ve que vaya a haber un cambio en
ese sentido.
Una de las reglas de oro de la política
debería ser el estudio a fondo de los problemas desde una perspectiva lectora. Es ridículo que
se cobren cifras estratosféricas de dinero sin tener una comprensión
medianamente aceptable de un problema. El que a buen árbol se arrima buena
sombra lo cobija. Se contratan supuestos especialistas en variados temas,
pueden tener maestrías o doctorados, pero no sentido común.
Es muy difícil ser consciente de los
problemas no solo del mundo, siquiera
del entorno que nos rodea, pues nuestra falta de capacidad lectora nos tiene
mirando solo la superficie de la cosas.
No podremos descifrar su contenido más profundo cuando tenemos más
distractores que nunca. Tenemos a nuestra disposición la super autopista de la
información pero en un alto porcentaje solo la utilizamos para entretenimento. Y si a esto le agregamos
el poder corruptor de la televisión, por la cual hemos pasado de un país de no
lectores a un país de no lectores con aparatos tecnológicos avanzados, ávidos
de la última tecnología, pero apáticos en el sentido de utilizar estas mismas
tecnologías para aprender de manera diaria.
El primer síntoma de una capacidad
lectora sería el ver a la televisión
como un instrumento que se convierte en un obstáculo para el goce pleno de la
vida. Reírse ante el cúmulo de mentiras que a diario se dicen sin ningún
fundamento, y que el homo videns acepta sin ningún razonamiento de por medio.
Aunque la posición del lector no sea fácil de ninguna manera. Nuestra sociedad
mediatizada hace del conocimiento de la realidad un sufrimiento. El lector
versado en esos temas sufrirá mucho más
pues conocerá esta realidad, y entenderá que esta enajenación es uno de los
instrumentos de las élites en el poder para generar determinados
comportamientos.
La lectura se convierte así en un íntimo
acto de rebeldía. Se lee porque se quiere
escapar de la realidad, se quiere transformarla. Se opone la reflexión emanada
de la lectura con la venta de esta “realidad” que tiene una agenda. No hay nada
más triste que tratar de razonar con
personas de mente cuadrada. Como lo decía al principio, la mayoría de las
personas viven felices pensando de la manera que piensan. La falta de lecturas
no hace sino mantener esa zona de confort. Porque una vez que has visto la
realidad a través de los ojos de un libro es extremadamente difícil volver
atrás.
Esa al final de cuentas sería la mejor
reflexión. Nadie puede manipular una masa de seres pensantes. Eso es lo que
debemos construir por medio de la lectura.