Mari Trini Ponce Rosas
“Este
es mi cuerpo el cual se da por vosotros:
haced esto en memoria mía”.
(Sn. Lucas)
Jesús destinó ese jueves para pasar el
último día libre en la tierra como Hijo Divino encarnado, con sus apóstoles y
unos pocos discípulos leales y devotos. Después del desayuno partieron a un
lugar distante del lugar donde se encontraban –en Getzemaní-, y les habló sobre
los reinos: terrenal y espiritual. Al terminar su enseñanza bajaron a Jerusalén
para la celebración de la última cena.
Era costumbre entre los judíos que el
anfitrión se levantara de la mesa después de la primera copa para lavarse las
manos; y después de la segunda, lavarse los pies. Los apóstoles sabían que Jesús no seguía la
tradición, pero en esta ocasión se levantó de la mesa silenciosamente y se
dirigió al lugar cercano a la puerta, donde se encontraban los cántaros, las vasijas y las toallas, para tal efecto.
Imaginen la impresión de los apóstoles cuando se negaron unos a otros a lavarse
los pies. Se quitó el manto y se envolvió en una toalla y vació agua en un
lebrillo.
Imaginen el asombro de estos doce hombres,
que tan recientemente se habían enredado en disputas tan poco elegantes sobre
los sitios de honor en la mesa, cuando le vieron dar la vuelta alrededor del
extremo no ocupado de la mesa hasta el asiento más bajo del festín en el que se
reclinaba Simón Pedro y el Maestro arrodillándose en actitud de siervo, se
preparó para lavarle los pies a Simón. Mientras los apóstoles se levantaron al
unísono; aún el traidor Judas se olvidó por un momento de su infamia y se puso
de pie mostrándose sorprendido. Ahí
estaba Simón con la mirada baja viendo el rostro levantado de Jesús. El Maestro
no dijo nada; no era necesario. Así siguió en silencio lavando los pies al
resto de los hombres.
“¿Comprendéis lo que he hecho? Me llamáis Maestro, y me llamáis bien, porque
eso soy. El Maestro les ha lavado los pies, ¿Por qué vosotros no queríais
lavaros los pies unos a otros? ¿Qué lección debéis aprender de esta parábola en
la que el Maestro tan voluntariosamente hace este servicio que sus hermanos no
se ofrecían hacer uno para con los otros?
De cierto, de cierto os digo: Un siervo no es más grande que su amo;
tampoco es más grande el que es enviado, que el que lo envía. Habéis visto el
camino del servicio en mi vida entre vosotros y benditos sois vosotros que tendréis
el coraje y la gracia de servir así.
Los apóstoles durante unos minutos
comieron en silencio, pero bajo la influencia de la conducta alegre del Maestro
pronto entraron en conversación. De
pronto dijo: Ahora mi hora ha llegado,
pero no hacía falta que uno de vosotros me traicionara para entregarme en manos
de mis enemigos. -¿Quién es Maestro? ¿Soy yo?
-¿Cuán engañoso es el orgullo intelectual que precede a la caída
espiritual! Mi amigo de muchos años, el
que aun ahora come mi pan, está dispuesto a traicionarme, aun como ahora moja
el pan conmigo en el mismo plato” Judas
que se encontraba a un lado del Maestro le dijo: ¿acaso soy yo? –El maestro en
murmullo responde: “Tú lo has dicho” Cuando a Jesús le llevaron la tercera copa
de vino –la copa de la bendición- se levantó del diván y la bendijo diciendo:
Tomad todos vosotros esta copa, y bebed de ella. Esta será la copa de mi
conmemoración. Del mismo modo tomó el
pan y lo partió y dijo: “Este es mi cuerpo que se da por vosotros, haced esto
en mi memoria”. Cuando Jesús hubo así establecido la cena de conmemoración,
dijo: “Toda vez que hagáis esto es en conmemoración mía. Esta es la nueva
pascua que os dejo: la memoria de mi vida” y cerraron esta ceremonia cantando
el Salmo ciento dieciocho.