Ramiro Padilla Atondo
En
la presentación de libro la Liturgia del tigre blanco, del periodista Daniel
Salinas, el politólogo Julián Barragán, explicaba en esencia la
disfuncionalidad de nuestro sistema mexicano. Decía a grandes rasgos que uno de
nuestros problemas es que la nuestra es
una “democracia representativa” no participativa.
Esta seudo democracia representativa es
contradictoria hasta en el nombre. En el sentido estricto de la palabra, los
políticos en particular en este país, difícilmente representan los intereses de
los ciudadanos. Representan los intereses de sus partidos. Son una clase
aparte.
En
el libro liberalismo y democracia (fondo de cultura económica) el maestro
Bobbio analiza las fuerzas motrices que dan sentido a ciertas actitudes
sociales. Por ejemplo, en uno de los apartados del libro habla de manera clara
de una situación que se da de lleno en nuestro país. La llamada dictadura de la
mayoría.
Ejemplo
claro de esto son los resultados de las pasadas elecciones. Pero para que se dé
una dictadura de la mayoría se tiene que votar sin restricciones, esto es, que
voten desde los analfabetas hasta los académicos. Es uno de los puntos álgidos
y a la vez interesantes. ¿Se debería votar con restricciones? ¿Tendríamos por
fuerza que ir a la escuela para ejercer nuestro derecho al voto?
Esta
pregunta suena a fascismo. Pero es de este tipo de preguntas de donde vienen
las respuestas, las cuestiones a discutir. Una democracia directa nunca
funcionaría en un país grande. Por lo regular ejemplificamos ciertas
particularidades de países altamente democráticos sin reparar que esas
democracias son funcionales por el tamaño de su población. Ejemplos dos y
contundentes. Finlandia e Islandia. Finlandia con cinco millones de habitantes,
ampliamente felicitada por sus niveles educativos e Islandia, cuya revolución
social solo fue posible porque tiene medio millón de habitantes, casi los
mismos del municipio de Ensenada.
Ahora,
¿es la democracia representativa la panacea para México? Nunca lo será. El
profesor Bobbio explica utilizando el ejemplo de la comparación al estado
liberal que no necesariamente tiene que ser democrático. Está más bien diseñado
para que las fuerzas económicas se
muevan sin restricciones. Estado liberal igual a Estado mínimo. La grande
crítica de nuestro tiempo sería entonces la adopción de este estado mínimo que
nos ha llevado a la situación actual. El laissez
faire de las grandes corporaciones que ahora son tan poderosas que
determinan quien gobierna. Y los Estados Unidos Mexicanos que trabajan como un
todo disfuncional.
Lo
único que los hermana es el carácter anárquico de sus decisiones. Un estado
fuerte podía controlar los pequeños feudalismos (llamados hoy gobiernos
estatales) o manejarlos de manera que les conviniera. Pero este tipo de sistema
cayó en un lapsus del cual se ha recuperado.
La
crítica más grande al gigantismo del estado proviene de un racionalista como
Gabriel Zaid, quien explica al detalle fenómenos tales como la absurda
preminencia del estado en cuestiones como la educación haciendo a su vez ejemplos
comparativos:
¿Cuánto
cuesta producir un campesino? ¿Cuánto cuesta producir un académico estudioso de
este mismo campesino? Aunque parezcan absurdas, estas cuestiones tienen como
fondo la necesaria reflexión acerca de la voracidad del estado y el sistema que
utiliza para mantener esta misma vocación. Y si a esto le aunamos un sistema
que nació como la mejor de las ideas pero gracias a sus limitaciones ha fallado
en construir una sociedad más justa, entendemos que estos sistemas nacidos de
una concepción eurocéntrica no necesariamente son aplicables a la realidad
latinoamericana.
Alexis
de Tocqueville (profusamente mencionado por Bobbio) decía que la democracia
representativa nació de la convicción de que los representantes elegidos son
capaces de juzgar cuales son los intereses generales mejor que los ciudadanos,
demasiado cerrados en la contemplación de sus intereses particulares.
Ahora,
Tocqueville nunca dudó en anteponer la libertad del individuo ante las
restricciones que pudiesen derivarse de la necesidad de una paridad social, si
esta significase la pérdida de algunas de sus garantías. Quizá nuestra sociedad sea preconizada y
anunciada por los anti utopistas que parafraseando al mismo Tocqueville
llamarían la sociedad de los siervos satisfechos, con la diferencia que ahora
estos creen que son libres en virtud de la cantidad de satisfactores a su
alcance.
Así
mismo, Alexis de Tocqueville temería por la transformación de la democracia en
su contraparte, que llamaría el germen del nuevo despotismo a un gobierno centralizado y omnipresente tal y
como lo hemos vivido en México con la excepción de dos sexenios desastrosos:
Nuestros
contemporáneos imaginan un poder único, tutelar omnipotente pero elegido por
sus ciudadanos (a lo que agregaría que gracias a las estrategias modernas de
propaganda, algo así como democracia-ficción, la dictadura de las apariencias)
combinan centralización y soberanía popular, esto da un poco de tranquilidad,
se consuelan por el hecho de ser tutelados pensando ellos mismos que
seleccionan a sus tutores. En un sistema de este género (tarjetas monex
incluidas) los ciudadanos salen por un momento de su dependencia, para designar
a su amo y luego vuelven a entrar.
Termina
Tocqueville diciendo que: Ninguno logrará jamás hacer creer que un gobierno
liberal enérgico y sabio pueda brotar de los sufragios de un pueblo de siervos,
que como tales son siervos de la televisión en el país con su
carga astronómica de subjetividad.
Quizá
un acercamiento hacia el entendimiento de esta tele-democracia dirigida lo daría
Octavio Paz al analizar en el ogro filantrópico la idea liberal de lo que
tendría que ser una sistema democrático, el cual como el de Tocqueville pasaba
por los ejes fundamentales tales
libertad de asociación, libertad de prensa etc.
Paz
reconoce que el estado en el siglo XX (del cual aún vivimos los estertores) se
ha revelado como una fuerza más poderosa que los antiguos imperios y como un
amo más terrible que los viejos tiranos y déspotas, la cual es una idea
totalmente alejada de aquella que profetizaba al estado como simple observador
de la evolución de la sociedad.
Lo
curioso de esta afirmación es el hecho de que el estado haya establecido como mecanismo legitimador la
ficción de las elecciones, y que sean los mismos oprimidos los que aplaudan las
decisiones que los tienen postrados.
En
México el debate es nuevo. Hay dos posiciones encontradas o antitéticas
explicadas por Bobbio como liberalismo e igualitarismo, las cuales tienen sus
raíces en concepciones del hombre y la sociedad profundamente diferentes. En
los inicios del siglo XXI no pueden ser más reales y sobre todo probadas estas
dos concepciones de una misma realidad.
Dice Bobbio que: Para el liberal el fin principal es el desarrollo de la
personalidad individual, aunque el
desarrollo de la personalidad más rica y dotada puede ir en detrimento de la
expansión de una personalidad más pobre y menos dotada.
Para
el igualitario el fin principal es el desarrollo de la comunidad en su
conjunto, aún a costa de disminuir la esfera de libertad de los individuos.
Los
experimentos más grandes del siglo XX fallaron miserablemente en instaurar una
sociedad más igualitaria. Varlin diría que al desaparecer la explotación del
hombre por el hombre, aparecería la explotación del hombre por el estado.
En
México el gobierno ha fallado de manera sistemática porque su vocación está
lejos de ser democrática.
No
se puede exigir libertad e igualdad cuando todos los pensamientos están
centrados en satisfacer las necesidades más elementales. Octavio Paz diría que México es el resultado de las
circunstancias históricas, más que de la voluntad de sus ciudadanos con la cual
discrepo. Si bien las circunstancias
históricas juegan un papel importante en este determinismo social, del cual
también diría Paz que la excepción son
los Estados Unidos, que después (este
mismo determinismo social devenido en adoración y explotación de la historia
con su consabida carga de subjetividad) es convertido en moneda de cambio por
los distintos gobiernos.
El
progreso o retraso de las naciones puede originarse de manera nítida en sus
clases dirigentes que han sido educadas en las mejores universidades y sin
embargo, se mueven muy lejos de las sociedades que dirigen.
La vocación del intelectual sería entonces
hacer notar estas inconsistencias, que lejos de crear sociedades más justas,
han devenido en un sistema de legitimación de elecciones por medio de la
manipulación de una mayoría con poco poder de análisis. Y este juego perverso
solo beneficia a unos pocos independientemente de la tendencia política. Norberto
Bobbio lo explicó con claridad. De allí la importancia de su pensamiento para
entender el mundo de hoy.