Ramiro Padilla Atondo
Hace algunos días se dio el primer apagón
analógico en nuestro país. Tijuana fue la primera ciudad. Por supuesto que la
gente que no tiene la caja digital se quedó sin ver tele, y la protesta
consiguiente mostró nuestra pobre cultura en general. Azcárraga y su equipo
hacen cálculos acerca del impacto de la televisión digital que puede golpearlos
de manera directa, aunque tengan una penetración en el 95 % de los hogares
mexicanos. Carlos Puig se hizo algunas preguntas interesantes al respecto:
La
televisión, ese rabioso instrumento que vomita estupideces las 24 horas, es un
objeto que controla la vida de una mayoría de los mexicanos. Su control es tan
eficaz que dicta los usos y costumbres, quien es bueno o malo, que tipo de
persona tienes que ser para llegar al éxito, porqué partido político hay que
votar, quién es un peligro para México, que tipo de chucherías hay que comer y
así hasta el infinito.
Esta
percepción de la televisión como prueba
de progreso (entre más moderna mejor) inclusive si hay otras necesidades más
apremiantes, sería incluso divertida si no fuera por su poder corruptor. Llegar
a una tienda departamental donde a la
entrada hay una televisión de 60 pulgadas con un costo superior a los
treinta mil pesos en una zona pobre tiene un sentido siniestro.
Los
que compran 500 pesos de mandado y ganan 800 pesos a la semana ven en esta
televisión el símbolo de lo que jamás podrán tener. Las casas confiscadas a los
narcos están llenas de esas televisiones, que muestra la importancia que el
entretenimiento tiene como uno de los valores supremos de nuestra sociedad.
Giovani Sartori lo dijo. La manera de asimilar
la realidad es muy distinta leída en un periódico. Pasamos de ser homo sapiens
a homo videns. La palabra ha sido destronada por la imagen:
El
gran escritor ensenadense Carlos Lazcano, explorador, espeleólogo y crítico de
nuestra realidad escribió:
“Hace 30 años que saqué la televisión de mi
casa. Muchos me tachaban de radical y que no podría sobrevivir, y que además
estaba aislando a mis hijos de la sociedad. El resultado no ha podido ser más
alentador. Mis hijos son unos voraces lectores, platicamos y comentamos las
cosas, tiene un espíritu crítico, y carecen de la mayoría de las necesidades de
muchos otros niños y jóvenes.”
Rechazar la televisión es un signo inequívoco
de inteligencia. Ver televisión es poner la mente en piloto automático. Leer es
hacer trabajar el cerebro.
La competencia multimedia bien puede paliar los
efectos negativos de la sociedad teledirigida. Ver un noticiario que inicia con
quince notas de corte negativo es una muestra clara de cómo se van creando las
percepciones. Un documental del 99 lo muestra. Aunque han pasado 14 años no
deja de tener espantosa realidad:
Hace
tiempo que estamos en el apagón cerebral.
Los niños pasan 500 horas más al año frente a la televisión que en
clases. De ese tamaño. Que dejen de ver televisión no haría más que
beneficiarlos.
Pero
la televisión es como los políticos que roban. No hay manera de que se
acabe. Lo que debemos hacer es ponerla
en el lugar que pertenece. Un oscuro rincón de donde solo podría salir si
realmente tiene algo de valor que decir.