Ramiro Padilla Atondo
De cierto es que
vivimos una cultura altamente mediatizada. Mencionarlo ya no es necesario. Todo
gira alrededor de la televisión y sus derivados, esto es, la información que
recibimos es unidireccional en su mayoría.
Por razones estratégicas,
esta es una herramienta muy socorrida por el gobierno. El matrimonio perfecto.
De cierta manera el gobierno es un vendedor de buenas nuevas, parte de su papel
consiste en mostrar los avances por magros que estos sean.
El asunto es que se
nos venden estos avances como si todos fuéramos estúpidos. O niños incapaces de
discernir, que tras las cacareadas reformas necesarias, se esconden negocios
turbios. La perversión del lenguaje utilizado para que la idea sea digerible y
los conflictos derivados de las supuestas medidas necesarias no rebasen lo
presupuestado. Un plantoncito por aquí, una manifestación por allá.
A eso podemos
llamarle la administración de la estupidez. Las elecciones son una muestra de
esta administración. Algunos candidatos con un nivel tan bajo que dan pena. Uno
de ellos gana y la mayoría de los mexicanos que sabemos que no ha ganado el más
brillante sino el más mediático y a base de trampas.
Y este tramposo y
su partido creen que han recibido el
mandato divino para transformar al país, cuando no sabemos si esta
transformación puede ser beneficiosa. Los más liberales entre los neoliberales dicen que no hay otra opción. Compartir la
riqueza que debería ser de muchos con unos pocos.
Y estos pocos que
son reconocidos como los más famosos depredadores que ha dado el planeta, se
unen al afán modernizador, diciendo que con tal de ayudar a la transformación,
pasarán de ingerir toneladas de carne a ser estrictos vegetarianos. Esa es más
o menos la analogía.
Y para ejemplos
está este:
El capital por el
capital. Ya no es necesario esconderse. La intensa labor de cabildeo de los
grandes consorcios ya trabaja en una campaña masiva para meter la mano en este
recurso no renovable:
Lázaro Cárdenas
estaría de acuerdo dijo Peña Nieto. Ajá. Como ya no está para defenderse. Mejor
preguntémosle a su hijo. A ver que opina.
Administrar la
estupidez significa que los gobernantes saben a que le tiran. Un pueblo dócil
que ve este tipo de medidas como un asunto lejano que poco tiene que ver con
ellos. Pero por puro afán crítico deberíamos de preguntarnos si las privatizaciones
en el pasado han tenido un impacto positivo en la economía. Con 53 millones de
pobres está de dudarse.
El dinero siempre
se queda arriba. Y si protestamos somos revoltosos. Me podrán acusar de
retrógrada, de no querer el progreso de mi país, pero prefiero que el petróleo
se quede allí abajo, hasta que existan las condiciones para poder explotarlo de
la manera adecuada. Podemos esperar un tiempo que al fin y al cabo ya hemos
esperado bastante.
Y como de estas
medidas no conoceremos el impacto hasta que estén bien hinchados de billetes
unos cuantos, mejor extremar precauciones. Que no conozco una sola medida de
algún gobierno en nuestro país que haya beneficiado a una mayoría.
Mientras nuestra
fuente de información primaria sea la televisión hay pocas esperanzas de un
rechazo enérgico de medidas que pueden seguir beneficiando a muy poquitos. Pero
nunca es tarde. Empecemos hoy. Que la batalla apenas comienza.
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