Ramiro Padilla Atondo
La discusión sobre
la reforma energética suena tan bonita en labios de sus propulsores, que
cualquiera que no estuviese enterado de cómo se las gastan la aplaudirían. Y la
aplaudirían si la vieran como la ven muchos millones, color de rosa.
La realidad es tan
distinta que a este inmenso escepticismo de una gran parte de la población se
suma el hecho de que los políticos por costumbre hacen las cosas al revés.
Utilizando las
analogías, diríamos que este asunto de las reformas es como construir una casa
sobre un pantano donde solo los que tengan la tecnología (y el dinero) pueden
tener acceso a ella.
Pero, para poder que esta sea sólida necesitaríamos primero que nada un
terreno que estuviera en condiciones de sostener una casa de ese peso. Pero no
existen las condiciones. Los grandiosos planes del gobierno se estrellan ante
una colosal pared llamada impunidad y corrupción.
Y allí está el quid
del asunto. Querer pintar la casa y hacerle reparaciones es una pérdida de
tiempo y recursos. Todos sabemos que la casa está en un pantano y tenemos las
condiciones para desazolvarla y reedificarla sobre un terreno firme, pero el
problema es que eso no está a discusión.
Lo que está a
discusión es a quien se le da el contrato para remozarla. Saben que esta casa
aun en estas condiciones genera muchísimo dinero y que el que se meta a ayudar
a remozarla hará muchísimo más dinero.
Y la mayoría de los
suscriptores del pacto por México están totalmente de acuerdo en que lo que se
necesita es que venga alguien de afuera a hacer ese trabajo. A eso se le llama
reformar al revés.
El pantano de la
corrupción, hace que un gran porcentaje de estos recursos que servirían
para tener una base sólida vayan a parar
a manos poco escrupulosas.
No hay una gran
discusión nacional sobre la necesidad de crear mecanismos de transparencia en
el uso de los recursos públicos, o para hacer que se democraticen los
sindicatos. Para muestra un botón:
La egolatría de
muchos de los políticos hace que vean en estas reformas “su” legado para la
posteridad. Pero como nuestra realidad indica, lo más seguro es que las reformas solo beneficien
a unos pocos, también está latente la posibilidad de que a toro pasado
veamos con incredulidad las grandes fortunas que se amasaron gracias a estas
reformas.
Si gustan, pueden
revisar la ola privatizadora de Salinas que generó una nueva clase de mega
millonarios que en cierta medida dictan la agenda del país.
Por eso debemos
empezar por lo básico. Sanear petróleos mexicanos, hacer que los políticos usen
de manera adecuada los recursos públicos y que también puedan ser despedidos y
metidos a la cárcel si roban.
Entonces sí, que
digan que están dispuestos a la gran reforma. Antes no.
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