Miguel Ángel Mata Mata
Fueron
grandes extensiones de tierra propiedad de ejidatarios y de las familias
Soberanis, Stephens, Meza, Montano. Allá íbamos a comer carne asada con Oscar,
Laura y Magaly a una capillita con la imagen de la Virgen de Guadalupe. Otras
veces nos aventurábamos a dar un nocturno paseo en coche hasta llegar al
aeropuerto. Siempre con una o dos botellas de vino tinto que comprábamos en los
viejos “Oasis” que abrían las 24 horas. Los Oxxo’s no existían.
Llegar
al aeropuerto era una excursión. Ir hasta Barra Vieja fue un viaje larguísimo,
pero placentero. La recompensa, tan solo para unas cuantas decenas de fin
semaneros aventureros, un pescado a la talla con Beto Godoy, Gloria del Mar o a
la orilla del río donde desemboca al mar la Laguna de Tres Palos.
Un
pescado a la talla, memelas gordas y calientes, cervezas bien frías o el famoso
Padre Kino, que causó furos entre nosotros, quienes en los 80’s presumíamos de
preferir el vino a las chelas. Para el caso el exceso causaba el mismo efecto.
Volvíamos por la tarde felices, contentos y aturdidos.
Cuando
llovía se cancelaban paseos nocturnos o de fin de semana. Esas planicies
en épocas de secas, se convertían en extensiones de la laguna o, lo menos, en
pantanos imposibles de transitar. La delgada cinta asfáltica era cubierta por
el agua. Era imposible llegar al aeropuerto. Las autoridades
habilitaban la vieja terminal aérea civil de Acapulco, hoy convertida en base
militar, ubicado en Pie de la Cuesta. Y asi cada año. Asi cada temporada de
lluvias.
Todos
lo sabíamos: en época de lluvias los terrenos ubicados desde Puerto Marqués al
aeropuerto se inundaban. Siempre fue asi y seguirá siendo. Son predios que
comparten hábitat con las lagunas de Tres Palos y Negra de Puerto
Marqués. Todos sabíamos que nadie puede detener los cauces del agua
y que ésta siempre encuentra salidas y, cuando no las halla, las rompe. Por eso
mejor nos quedábamos en casa.
Hoy
es distinto. En la década de los 90 alguna autoridad cambió el uso del suelo de
aquellas planicies. Vendieron a millonarios en miles de dólares lo que
compraron en centavos a ejidatarios y a las familias Stephens, Soberanis, Meza
o Montano. Luego construyeron condominios, hoteles de lujo y
apareció el primer fraccionamiento popular: la unidad Luis Donaldo Colosio.
Al
clima nadie le aviso del cambio del uso de suelo. Nadie le pidió permiso y el
agua siguió con su cadencioso ritmo: siempre entre los meses de octubre y
septiembre. Y entonces las comunes inundaciones de esa zona de pantanales, que
para nosotros fueron comunes, cobraron relevancia en los noticieros del
Distrito Federal. “Inundación en Acapulco. Miles de habitantes de la
unidad Luis Donaldo Colosio afectados”, decían los titulares.
El
cadencioso ritmo anual de lluvias no fue modificado. Llovió, como siempre, cada
año. Pero también se inundó. Una y otra vez. Con Paulina. Con Henriette y hoy
con Manuel. Y seguirá pasando: lloverá y se inundará, cada doce meses por ahí
de octubre o septiembre. ¿Quién puede modificar esa ley natural? Siempre habrá
precipitaciones. A veces mas, a veces menos. Pero siempre caerá agua del
cielo.
¿Qué
pasaba antes que hoy no sucede? Antes el nivel del agua bajaba en menos de 24
horas. Los cauces naturales le dejaban escurrir a las lagunas de Tres Palos y
Negra de Puerto Marqués. La delgada línea de arena que separa a la mar de la
laguna se abría y dejaba pasar miles de litros de agua y toneladas de camarón y
otras especies que hacían nuestras delicias en la mesa. Y todo volvía a la
normalidad. Como si fuese bíblico: en un día.
Hoy
no es asi. Los nativos que viven en el fraccionamiento Luis Donaldo Colosio, y
en una veintena de fraccionamientos construidos en el lecho de los pantanales,
lo saben. Cada temporada de lluvias denuncian lo mismo: estamos inundados.
Los
que son de aquí lo saben. Los que no, se asustan: todas las fraccionadoras,
cuando hicieron millones de dólares en ganancias con la venta del pantano,
taponaron los cauces naturales. Hicieron diques de concreto armado en cada una
de esas unidades. Y entonces el agua no escurre al mar o a las lagunas: se
queda estancada.
Hubo
otro tipo de constructores que no hicieron negocio con unidades habitacionales
para pobres. Construyeron grandes hoteles sobre las playas. Levantaron
impresionantes y lujosas plazas comerciales. Otros nos maravillaron con centros
de convenciones modernos, lujosos, bellos. Pero ellos, como los fraccionadores,
también taponaron los cauces naturales por donde escurría el agua de lluvia.
Antes
la lluvia se escurría. Hoy se estanca. Antes los cauces despejaban las aguas
anegadas. Hoy los diques de concreto armado en fraccionamientos, hoteles,
condominios, plazas comerciales y lujosos centros de convenciones, han
convertido en gigantesca laguna una zona de más de diez kilómetros cuadrados. Y
otros diez kilómetros más de los poblados asentados en el Valle de La Sabana
donde la historia es otra, pero muy parecida.
Por
ahí, un famoso río, el de La Sabana, antes corría por un cauce de ocho metros
de ancho. Alimentaba con nutrientes y oxigeno a las especies de las lagunas de
Tres Palos y Negra de Puerto Marqués. Corre juntito a la populosa Ciudad
Renacimiento.
Por
ahí nació una colonia que se llama La Frontera. Ha cobrado fama pues cada que
llueve sus habitantes pasan a la ciudad por un puentecito que antes fue de
madera y luego algún político les construyó uno de concreto. Se los cambió por
votos. Cada que llueve pasa lo mismo desde que las fraccionadoras achicaron el
cauce del Río de La Sabana. Rena, La Frontera, La Sabana, Las Cruces y decenas
de colonias donde viven los pobres de los mas pobres se anegan. ¿Quién les
avienta un salvavidas? A ver ¿Quién?
Eso
fue el río de La Sabana y los cauces de las lagunas. Era toda una aventura ir a
pescar camarones, “rompe catres”, langostino u otras especies que traía el río
de las zonas altas de Acapulco. Bien asadas o al mojo de ajo con una salsa
machucada, las melelas, el cayuco y las tarrayas de los pescadores. Era un
bello espectáculo y un manjar. Claro que no faltaban las “chelas” bien frías
o una botella con vino blanco, para los mas “náis”.
Hoy
ese río redujo su cauce a cinco metros de ancho. Fue en la primer década del
segundo milenio cuando autoridades corruptas achicaron al río. Una tienda
Aurrerá, los fraccionamientos Marquesa, Casas Ara, Gaviotas, Llano Largo y
otros muchos fueron construidos al nivel de las lagunas. Construyeron diques y
taponaron los cauces de escurrimiento pluvial naturales.
Desde
entonces se inunda Ciudad Renacimiento y las colonias que aparecieron en las
viejas huertas del Valle de La Sabana. Desde entonces los nuevos
fraccionamientos construidos en el lecho viejo de la laguna y a las orillas del
río están en riesgo. Se llenan de agua cada año.
Imaginemos
un río cuyo cauce fue reducido de ocho a cinco metros y sus salidas naturales
taponadas. No hace falta ser ingeniero hidráulico para saber que el agua se
anegará y se convertirá en una laguna gigantesca en tanto caiga una gran
cantidad como la de hace cinco días consecutivos en Acapulco. Ya no será como
antes. El agua no irá al mar, como antes, en tan solo un día.
Antes
llovía. Hoy también. Antes nadie autorizó permisos para construir en una zona
de pantanos. Hoy somos víctimas de autoridades corruptas que en las décadas del
90 y el dos mil cambiaron el uso del suelo y permitieron maravillosas
inversiones que taponaron los cauces naturales de escurrimiento de agua de
lluvia.
¿Se
imaginan un tapón en una tina de baño? Eso es lo que ha pasado. El Valle de La
Sabana, Ciudad renacimiento, Cayaco, La Marquesa, Casas Ara, Gaviotas, Llano
Largo, la Colosio y otras dos decenas de nombres de nuevos fraccionamientos son
una olla llena con agua, pero taponada con concreto.
Aquí
llueve cada año. Aquí seguirá lloviendo cada año. Antes nadie se quejaba, pues
nadie vivía en ese paraíso. Hoy son damnificados porque algún vivales les
engañó al venderles un pedazo de tierra en un pantano. El agua anegada
escurrirá al mar, como antes, cuando alguien quite el tapón. ¿Quién se anima?
Hoy
no iremos a divertirnos, beber vino o cervezas. Mucho menos a comer. Tampoco iremos
a la capillita de la virgen de Guadalupe, pues hoy ahí se construyó un Oxxo.
Iré con Silvia a buscar a mi hermana que vive en la unidad Luis Donaldo
Colosio. Espero se encuentre bien. Siempre le dije que no comprara en el
pantano. No me hizo caso. Ojalá esté bien. Primero Dios.
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