Ramiro Padilla Atondo
Una
idea muy socorrida en nuestro país es que la mayoría somos de clase media. Nos
comportamos he intentamos vivir una vida de clase media como si en realidad
perteneciéramos a ella. Parte de esta distorsionada percepción de nuestra
realidad nace de ser tele-dependientes.
Consumimos
televisión por muchas horas del día, y esta nos dice que somos algo que no
somos. Nos dice como pensar, vestirnos, por cuál partido votar y otras cosas.
Entonces no es de extrañar que junto con este cúmulo de información
distorsionada surjan las ideas o percepciones que tenemos de la situación
política del país.
Durante
los setenta años del primer régimen de partido hegemónico (Paz dixit) el big
brother priísta dictaba lo que era verdad y lo que no. La verdad era construida
a la medida de sus intereses. Sus recursos eran ilimitados había partidas
secretas como las hay ahora aunque digan que las hayan derogado. La televisión
era un instrumento político que poco ha cambiado, y que tiene una poderosa
agenda. En las regiones más apartadas no hay escuelas pero sí televisión por
satélite.
Para probar esta idea del efecto pernicioso de
la televisión, de la mano de la narrativa gubernamental, es necesario
retroceder en el tiempo para darnos una idea de lo poco que hemos cambiado como
sociedad. Si reflexionamos acerca de ciertos paralelismos entre lo sucedido en
el 68 y lo que sucede ahora, nos daremos cuenta que hay dos tipos de historias,
la oficial y la real.
Hay
muchas muestras de la falsedad con la que las televisoras, aliadas del
gobierno, intentan convencernos de acuerdo a sus intereses:
En
el 68 se manejó con mucho hermetismo el asunto de los estudiantes, al grado de
no saber, cuarenta y cinco años después, el número total de víctimas. No es de
extrañar entonces que un grupo de mentirosos profesionales nos vengan a decir
ahora que la reforma educativa es de verdad. Porque ni ellos mismos se lo creen.
En su contra tienen una sociedad un poco más participativa que aún no es
mayoría por los tele-atavismos que arrastramos.
Vivimos
la era en la que la imagen ha destronado a la verdad. Se nos ofrece información
filtrada que no requiere comprobación. La imagen de un niño perjudicado por los
profesores disidentes es muy poderosa. Crea empatía entre los televidentes. Y
cuando la emoción se instala en el cerebro el raciocinio se va por la puerta
trasera.
Acusar
a los profesores de vándalos cuando el mismo gobierno se la pasa metiéndoles
zancadillas es absolutamente ridículo. El fisgón lo ha retratado a la
perfección:
El
trabajo del gobierno son las medias verdades y las mentiras completas. Si todos
fuéramos unidos como los profesores de
otro país estaríamos hablando. Pero seguimos padeciendo el síndrome televisivo-cangrejesco.
Aquí la pregunta pertinente será, ¿Y qué va a pasar cuando la siguiente medida
del gobierno te perjudique a ti?
¿Dejarás
de ver telenovelas y harás algo?
Porque
la libertad se defiende. No es una concesión gratuita. Hay qué salir a pelear
por ella o aceptar que nos sigan dando por detrás.
¿Tienes
el valor o te vale?
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