Margarito López Ramírez
…Nicolás
Pedraza de los Montero, tuvo la ventura o desventura de ser único hijo de un
matrimonio laborioso y de proceder amoroso. Su infancia transcurrió entre mimos
y complacencias excesivos; su adolescencia se agotó en ociosidad; y su juventud
se etiquetó en la imagen del “señorito de la casa” que ni estudiaba ni
trabajaba. ¡Nadie lo sujetaba!, porque sus progenitores determinaron que “el
niño Nicolás” crecería “libre como el viento”, rodeado de amor y abundancia que
ellos no habían tenido en sus primeros años de vida “El Niquitas”, como lo
llamaba la gente, vivía chuscadas en el interior de su fastuoso hogar, vegetaba
en su hacer impregnado de ocurrencias y se embelesaba con sus extravagancias de
joven rico que disponía de hombres y mujeres en condición de servidumbre.
Para
sorpresa de sus padres, doña Engracia y don Próculo, un día los encaró y les
dijo: “saldré a recorrer el mundo”. Ambos señores lloraron en un intento
encaminado a conmoverlo y evitar que los dejara en la soledad, pero Nicolás
salió del hogar portando vestimenta desaliñada, sombrero hecho de sollate y un
morral repleto de algo y mucho que se supone era necesario para su
aventura.
Después
de haber transcurrido algunos años en los que doña Engracia y don Próculo se
divorciaron por desavenencias que de pronto fueron insuperables, alguien fue en
busca de Nicolás, y, tras encontrarlo y explicarle un suceso reciente
acontecido en la población de Torrecillas de San José, “el trotamundos
Niquitas”, vestido a la usanza menesterosa, regresó a su pueblo en el que, amén
de encontrar consternación familiar y murmuraciones, descubrió un entramado de
hechos que de la noche a la mañana lo empotraron en el sitial de la abundancia:
recibió cuantiosa herencia que su tío Donaciano de los Montero le asignó.
Y
he aquí que repentinamente sus coterráneos lo llamaran: “don Nicolás”; y
éste, tras musitar para sus adentros: “caballero y poderoso es don
dinero”, abandonó su figura de andante desaliñado y solitario, y se mostró
extrovertido; asumió la postura de “hombre de mundo” propiciando que, cual más
de sus conciudadanos y personas venidas de diversos lugares, aspiraran a ser
integrante de su comitiva inmersa en el derroche y el dispendio.
La
Casa de los azulejos, fue el primer escenario en donde él organizó comilonas,
bohemias, derroches, orgías, juegos de azar, entrampes y transas; los realizó
uno tras otro hasta dilapidar el último peso de la cuantiosa fortuna heredada;
mas como todo tiene fin, esos libertinajes cesaron, y en la “Cofradía de los
Niquitas”, como los llamaba el vecindario, se avizoraron penurias; pero éstas
no llegaron: doña Engracia falleció repentinamente, y Nicolás, acompañado
de su séquito de gorrones, ocupó La Casa Dorada, se apropió de los bienes
y prosiguió su vida disipada aficionándose en el juego del cubilete, el
huesito, la baraja y las peleas de gallos. Por segunda ocasión se quebrantó su
herencia, propiciando que algunos de sus amigos ocasionales huyeran como ratas
asustadas, se alejaron de su benefactor, pero regresaron a su lado al olisquear
los billetes y demás bienes que dejó al morir don Próculo, habitante,
propietario de La Casa de Piedra; retornaron para proseguir en sus
disfrutes…
Ha
transcurrido el tiempo, y en el sosegado acontecer del pueblo de Torrecillas de
San José, alguien que ve transitar a un hombre desaliñado y menesteroso,
musita:
“…pobre
Niquitas, lo amontonaron…, no le dieron tiempo para pensar…; no supo qué
hacer con tanto dinero heredado y el uso que debía dar: primeramente, a La Casa
de los Azulejos que heredó de su tío Donaciano; después, no se detuvo a meditar
en el destino que merecía La Casa Dorada en donde nació y lo criaron o
malcriaron sus padres; y en la última oportunidad que la fortuna le ofertó, no
apreció, no supo que hacer de La Casa de Piedra que con trabajo y esmero había
construido su padre, el señor Próculo.
“…Su
cuantiosa riqueza suministrada en tres momentos de su vida, “se le fue de las
manos como agua”. Y en cuanto a aquellos que afirmaban, quererlo como se quiere
a un hermano; sólo quedó de ellos el recuerdo, porque, como dice el refrán:
“Cuando la pobreza entra por la puerta, el amor sale por la ventana…”.
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