El señor de la Chaqueta
El hombre anduvo
buscado aquí, buscando allá, hasta que encontró
allí nomás en una de las banquetas que está en las inmediaciones del zócalo del
pueblo; dando razón a quien dice que: “él
que persevera, alcanza…”…“quien busca, encuentra… o en eso
de que, “tanto va el cántaro al agua, hasta que se quiebra…”.
Sergio Perales Sierra,
hijo de doña “Quencha cuetes”, está enterado
del acontecimiento porque bajo amenaza recibida sirvió de escudero durante la
incursión etílica que emprendió El Enchaquetado, como llamaba la
gente al hombre lujosamente vestido con su habitual chaqueta negra y corbata roja; dice que después de haber
bebido más de la cuenta en la cantina “La Escondida”, alardeando que era “La
autoridad máxima en ese pueblo pichurriento”, empezó a golpear con sus botines cada puerta de cuanta casa humildes
encontró en el vecindario, sin que los gendarmes lo impidieran porque según el
decir de ellos “el señor autoridad” andaba degustando, y no lo podía garrotearlo
como lo hacían con la gente humilde y menesterosa; asegura que actuaba como si
estuviera loco, gritando: “ando en busca de una hijo de la chingada
que se parta la madre conmigo. ¡Bola de collones!.. ¿Quién dice: yo?..
culantros, muertos de hambre… ¡Pájaros nalgones!”. Cuenta que cuando las
luces del atardecer diluían su plenitud había indignación y coraje en el barrio
“Las Ollas” en el que algunas mujeres lloriqueaban a la par que aquietaban a
quienes pretendían salir a defender el honor de la familia; y que se escuchaba
un desmesurado labrar de los perros que olisqueaban uno sé qué en el ambiente
en donde poco a poco se encendían las farolas situada en las esquinas.
Afirma que el mitote se
fue hacia el centro de la población, dejando resabios de impotencia en los
pobladores y el constante gruñir de la jauría alebrestada; manifiesta que el
hombre que se hacía llamar “máxima autoridad”, poseído de
mirada libidinosa y ebria, llegó hasta donde estaba la pareja de novios, y, sin
más preámbulo, amparado por su pistola
calibre 45 que endilgaba hacia la cara de Federico, le empezó a decir a Rosa
María que era muy chula, que le gustaba para darle un arrejunte, un sacudión, y
que quien la acompañaba no le servía ni para el comienzo; asevera que en medio
de esa trifulca secundada por las campanas emitiendo su sonar de alarma,
alguien dijo que Federico, muchacho de escasos diecisiete años, no se portaba
como hombre, que su actitud no era merecedora de los afectos de Rosita, y que
de no haber sido por la intervención de las mujeres que se lo llevaron entre
las enaguas, se hubiera zurrado en los
calzones, junto a su novia.
Ahora se rumorea que
Federico, después de dejar a su novia en manos de los padres de ella, extrajo
algo reluciente de entre los morrales que había en su covacha, pidió la
bendición de su madre, y regresó en busca del hombre que se hacía llamar: “máxima autoridad”; se corre la voz que fue
hasta él, y cuando pistola en mano chuleaba a una jovencita, se le arrejuntó
sin darle tiempo de nada; como también se musita que tras el pujido que sacó de
sus tripas El Enchaquetado, las campanas cambiaron repentinamente su tañer,
emitiendo sonidos profundos, sonoros, pesarosos,
al tiempo que los gendarmes y quienes
gobiernan el pueblo de La Cima del Ocotal acudían presurosos a cumplir disque con
su deber… Como también se murmura que La Rosita, se ausentó de esa tierra
que, aunque empobrecida y abandonada, guarda cuitas y querencias que encariñan…
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