Margarito López Ramírez
… Lucindo,
al presentir que el tiempo vivido lo llevaba a la antesala de su final
terrenal, demarcó su territorio y tiempo después se arrinconó entre los
trebejos habidos en “La Cabaña de don Fabián” asentada en la colonia Los Amates
de la Ciudad de Tixtla de Guerrero. Ahí quedó, inmóvil, sin beber agua ni
consumir alimento en espera de lo ineludible. De su otrora naturaleza
portentosa, sólo se avizoraba un abrir y entrecerrar de ojos. “Ha empezado a
agonizar”, dijo alguien con cierto desdén al verlo inanimado. Pero he aquí que
cuando Santiago, el cuidador del entorno, llegó acompañado de La Muñeca, espécimen
joven de coqueto caminar y piel transpirando olores de hembra en celo, Lucindo
avivó sus sentidos, y haciendo poco caso a su cadera entumecida por dolores
artríticos, sacudió su cuerpo y fue hasta donde estaba ella. Hubo en ambos un
escarceo afectuoso a manera de agrado mutuo. Y, dado que La Muñeca trotaba,
corría y se alimentaba con desmesurado vigor, él, hasta entonces tullido y abstemio,
la imitó y empezó a moverse, a beber agua y consumir alimento.
Para
sorpresa de Santiago y de quienes habían preparado una concavidad terrosa que
haría el papel de sepultura, Lucindo, aunque no satisfizo los deseos carnales
de La Muñeca, caminó junto a las caderas de ella y se mostró feliz al aspirar
los olores que ésta despedía; se movía al tiempo que evocaba sus ayeres
perrunos en los que era líder de la jauría alborotada. Durante cinco días consecutivos
anduvieron de aquí para allá de allá para acá,
el uno tras la otra en un ir y venir en apariencia incansables.
Ante la
actitud juvenil de La Muñeca, quien con diligencia cuidaba el área delimitada
que consideró su nuevo hogar, hubo brotes de bríos en la naturaleza de Lucindo,
propiciando que el lecho socavado en un
rincón del ámbito de La Cabaña de don Fabián, haya permanecido durante muchos
tiempo en espera de lo que habría de cobijar.
Ahora, a casi
dos años de distancia de aquella inesperada reanimación, mitotes van, mitotes
vienen. Por comentarios esparcidos por Santiago, secundados por habladurías de la
gente que habita en las cercanías de La Cabaña de don Fabián, se sabe que en
las noches de plenilunio La Muñeca, desde la tumba que alberga los restos de Lucindo,
emite aullidos pesarosos. Y entonces, amén de hablar de los alborotos carnales
de quienes “andan en celo”, se sueltan palabreando en torno a lo que trae
consigo el desear y el elixir del amor. Y los más de los hablantes terminan diciendo
que: “nunca falta un roto para un descosido”,
y que cuando se trata de satisfacer las “ganitas carnales”, recomendable
es hacer caso a eso que reza “para gato
viejo, ratón tierno”… Eso dicen que dijeron…
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