Miguel Ángel Mata Mata
(Lo que leerá a continuación es un artículo periodístico
distribuido y publicado el 18 de septiembre del 2013, luego de las inundaciones
en Acapulco. A un año de distancia, el gobierno federal ha tendido un manto de
impunidad que ofende al pueblo. Al repetir este artículo, publicado hace un
año, espero motivar alguna reflexión. Tal vez coraje, el necesario, para
cambiar el estado de las cosas que nos hacen daño).
Fueron grandes extensiones de tierra propiedad de
ejidatarios y de las familias Soberanis, Stephens, Meza, Montano. Allá íbamos a
comer carne asada con Oscar, Laura y Magaly a una capillita con la imagen de la
Virgen de Guadalupe. Otras veces nos aventurábamos a dar un nocturno paseo en
coche hasta llegar al aeropuerto. Siempre con una o dos botellas de vino tinto
que comprábamos en los viejos “Oasis” que abrían las 24 horas. Los Oxxo’s no
existían.
Llegar al aeropuerto era una excursión. Ir hasta Barra Vieja
fue un viaje larguísimo, pero placentero. La recompensa, tan solo para unas
cuantas decenas de fin semaneros aventureros, un pescado a la talla con Beto
Godoy, Gloria del Mar o a la orilla del río donde desemboca al mar la Laguna de
Tres Palos.
Un pescado a la talla, memelas gordas y calientes, cervezas
bien frías o el famoso Padre Kino, que causó furos entre nosotros, quienes en
los 80’s presumíamos de preferir el vino a las chelas. Para el caso el exceso
causaba el mismo efecto. Volvíamos por la tarde felices, contentos y aturdidos.
Cuando llovía se cancelaban paseos nocturnos o de fin de
semana. Esas planicies en épocas de secas, se convertían en extensiones de la
laguna o, lo menos, en pantanos imposibles de transitar. La delgada cinta
asfáltica era cubierta por el agua. Era imposible llegar al aeropuerto. Las
autoridades habilitaban la vieja terminal aérea civil de Acapulco, hoy
convertida en base militar, ubicado en Pie de la Cuesta. Y asi cada año. Asi
cada temporada de lluvias.
Todos lo sabíamos: en época de lluvias los terrenos ubicados
desde Puerto Marqués al aeropuerto se inundaban. Siempre fue asi y seguirá
siendo. Son predios que comparten hábitat con las lagunas de Tres Palos y Negra
de Puerto Marqués. Todos sabíamos que nadie puede detener los cauces del agua y
que ésta siempre encuentra salidas y, cuando no las halla, las rompe. Por eso
mejor nos quedábamos en casa.
Hoy es distinto. En la década de los 90 alguna autoridad
cambió el uso del suelo de aquellas planicies. Vendieron a millonarios en miles
de dólares lo que compraron en centavos a ejidatarios y a las familias
Stephens, Soberanis, Meza o Montano. Luego construyeron condominios, hoteles de
lujo y apareció el primer fraccionamiento popular: la unidad Luis Donaldo
Colosio.
Al clima nadie le aviso del cambio del uso de suelo. Nadie
le pidió permiso y el agua siguió con su cadencioso ritmo: siempre entre los
meses de octubre y septiembre. Y entonces las comunes inundaciones de esa zona
de pantanales, que para nosotros fueron comunes, cobraron relevancia en los
noticieros del Distrito Federal. “Inundación en Acapulco. Miles de habitantes
de la unidad Luis Donaldo Colosio afectados”, decían los titulares.
El cadencioso ritmo anual de lluvias no fue modificado.
Llovió, como siempre, cada año. Pero también se inundó. Una y otra vez. Con
Paulina. Con Henriette y hoy con Manuel. Y seguirá pasando: lloverá y se
inundará, cada doce meses por ahí de octubre o septiembre. ¿Quién puede
modificar esa ley natural? Siempre habrá precipitaciones. A veces mas, a veces menos.
Pero siempre caerá agua del cielo.
¿Qué pasaba antes que hoy no sucede? Antes el nivel del agua
bajaba en menos de 24 horas. Los cauces naturales le dejaban escurrir a las
lagunas de Tres Palos y Negra de Puerto Marqués. La delgada línea de arena que
separa a la mar de la laguna se abría y dejaba pasar miles de litros de agua y
toneladas de camarón y otras especies que hacían nuestras delicias en la mesa.
Y todo volvía a la normalidad. Como si fuese bíblico: en un día.
Hoy no es asi. Los nativos que viven en el fraccionamiento
Luis Donaldo Colosio, y en una veintena de fraccionamientos construidos en el
lecho de los pantanales, lo saben. Cada temporada de lluvias denuncian lo
mismo: estamos inundados.
Los que son de aquí lo saben. Los que no, se asustan: todas
las fraccionadoras, cuando hicieron millones de dólares en ganancias con la
venta del pantano, taponaron los cauces naturales. Hicieron diques de concreto
armado en cada una de esas unidades. Y entonces el agua no escurre al mar o a
las lagunas: se queda estancada.
Hubo otro tipo de constructores que no hicieron negocio con
unidades habitacionales para pobres. Construyeron grandes hoteles sobre las
playas. Levantaron impresionantes y lujosas plazas comerciales. Otros nos
maravillaron con centros de convenciones modernos, lujosos, bellos. Pero ellos,
como los fraccionadores, también taponaron los cauces naturales por donde
escurría el agua de lluvia.
Antes la lluvia se escurría. Hoy se estanca. Antes los
cauces despejaban las aguas anegadas. Hoy los diques de concreto armado en
fraccionamientos, hoteles, condominios, plazas comerciales y lujosos centros de
convenciones, han convertido en gigantesca laguna una zona de más de diez
kilómetros cuadrados. Y otros diez kilómetros más de los poblados asentados en
el Valle de La Sabana donde la historia es otra, pero muy parecida.
Por ahí, un famoso río, el de La Sabana, antes corría por un
cauce de ocho metros de ancho. Alimentaba con nutrientes y oxigeno a las
especies de las lagunas de Tres Palos y Negra de Puerto Marqués. Corre juntito
a la populosa Ciudad Renacimiento.
Por ahí nació una colonia que se llama La Frontera. Ha
cobrado fama pues cada que llueve sus habitantes pasan a la ciudad por un
puentecito que antes fue de madera y luego algún político les construyó uno de
concreto. Se los cambió por votos. Cada que llueve pasa lo mismo desde que las
fraccionadoras achicaron el cauce del Río de La Sabana. Rena, La Frontera, La
Sabana, Las Cruces y decenas de colonias donde viven los pobres de los mas pobres
se anegan. ¿Quién les avienta un salvavidas? A ver ¿Quién?
Eso fue el río de La Sabana y los cauces de las lagunas. Era
toda una aventura ir a pescar camarones, “rompe catres”, langostino u otras
especies que traía el río de las zonas altas de Acapulco. Bien asadas o al mojo
de ajo con una salsa machucada, las memelas, el cayuco y las tarrayas de los
pescadores. Era un bello espectáculo y un manjar. Claro que no faltaban las
“chelas” bien frías o una botella con vino blanco, para los mas “náis”.
Hoy ese río redujo su cauce a cinco metros de ancho. Fue en
la primer década del segundo milenio cuando autoridades corruptas achicaron al
río. Una tienda Aurrerá, los fraccionamientos Marquesa, Casas Ara, Gaviotas,
Llano Largo y otros muchos fueron construidos al nivel de las lagunas.
Construyeron diques y taponaron los cauces de escurrimiento pluvial naturales.
Desde entonces se inunda Ciudad Renacimiento y las colonias
que aparecieron en las viejas huertas del Valle de La Sabana. Desde entonces
los nuevos fraccionamientos construidos en el lecho viejo de la laguna y a las
orillas del río están en riesgo. Se llenan de agua cada año.
Imaginemos un río cuyo cauce fue reducido de ocho a cinco
metros y sus salidas naturales taponadas. No hace falta ser ingeniero hidráulico
para saber que el agua se anegará y se convertirá en una laguna gigantesca en
tanto caiga una gran cantidad como la de hace cinco días consecutivos en
Acapulco. Ya no será como antes. El agua no irá al mar, como antes, en tan solo
un día.
Antes llovía. Hoy también. Antes nadie autorizó permisos
para construir en una zona de pantanos. Hoy somos víctimas de autoridades
corruptas que en las décadas del 90 y el dos mil cambiaron el uso del suelo y
permitieron maravillosas inversiones que taponaron los cauces naturales de
escurrimiento de agua de lluvia.
¿Se imaginan un tapón en una tina de baño? Eso es lo que ha
pasado. El Valle de La Sabana, Ciudad Renacimiento, Cayaco, La Marquesa, Casas
Ara, Gaviotas, Llano Largo, la Colosio y otras dos decenas de nombres de nuevos
fraccionamientos son una olla llena con agua, pero taponada con concreto.
Aquí llueve cada año. Aquí seguirá lloviendo cada año. Antes
nadie se quejaba, pues nadie vivía en ese paraíso. Hoy son damnificados porque
algún vivales les engañó al venderles un pedazo de tierra en un pantano. El
agua anegada escurrirá al mar, como antes, cuando alguien quite el tapón.
¿Quién se anima?
Hoy no iremos a divertirnos, beber vino o cervezas. Mucho
menos a comer. Tampoco iremos a la capillita de la virgen de Guadalupe, pues
hoy ahí se construyó un Oxxo. Iré con Silvia a buscar a mi hermana que vive en
la unidad Luis Donaldo Colosio. Espero se encuentre bien. Siempre le dije que
no comprara en el pantano. No me hizo caso. Ojalá esté bien. Primero Dios.
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