Carlos Reyes Romero
“A
las almas libres de todas las naciones que luchan, que sufren, y que vencerán”
Romain
Rolland en “Juan Cristóbal”
Cuatro
sucesos me han cimbrado emocionalmente en los últimos días. El más
significativo de ellos ha sido la matanza gubernamental en Iguala, con saldo de
6 muertos, varios heridos graves y 43 normalistas todavía desaparecidos, sobre
lo cual he escrito mis dos anteriores artículos.
Los
otros tres tienen una vinculación más personal.
El
primero de ellos, fue el homenaje rendido a Marcos Leonel Posadas Segura, el
pasado miércoles 8 de octubre en la Casa de la Cultura de Tlalpan, en el DF.
Marcos Leonel cumplía 76 años, la mayoría de los cuales, casi 60 y los que le
faltan, los ha dedicado a la lucha por los ideales comunistas, no los de los
soviéticos, ni los chinos, ni los cubanos, sino los ideales originales de Marx,
Engels y de todos los grandes pensadores que proclaman y demandan la
emancipación total de la humanidad, a fin de que el libre y multifacético desarrollo
de cada persona sea condición para el libre y pleno desarrollo de toda la
sociedad.
Marcos
Leonel fue secretario General de la Dirección Nacional de la Juventud Comunista
de México, en los años 60 y yo formaba parte de ese equipo, al cual llegué
luego de mi participación en la campaña presidencial del Frente Electoral del
Pueblo, en 1963-1964. Marcos Leonel hizo una remembranza muy sentida de
aquellos tiempos y un análisis del presente, que nos cimbro a los pocos
sobrevivientes de aquellos años que estábamos en el acto. Muchos de los
entonces jóvenes ya no llegaron, entre ellos, Raúl Ramos Zavala, Vinh Flores
Laureano, Joel Arriaga y Carmelo Cortés Castro quienes fueron asesinados por el
régimen; a otros simplemente el tiempo se los llevó, como nos llevará a todos.
El
segundo suceso, ocurrió ahí mismo. Mi amiga Elba Pérez Villalba, académica de
Chapingo y veterana militante comunista, me entrego el libro “Contra viento y
marea” de Juan de la Fuente Hernández, también académico de Chapingo, que para
mi agradable sorpresa es una amplia investigación acerca de la fundación y
primeros años de la Central Campesina Independiente y del impacto del Frente
Electoral del Pueblo en la lucha por las libertades democráticas y los derechos
políticos de la izquierda en el país.
Nuevamente
el pasado tomaba sitio en mis recuerdos y se entreveraba con el presente. Me
integré hacia mediados de 1963 a la campaña presidencial de Ramón Danzós
Palomino, dirigente campesino yaqui nacido en la otrora Cajeme, ahora Ciudad
Obregón, Sonora. Abandoné entonces mis estudios de secundaria en la preparatoria
No. 2 de la UNAM.
En
el equipo de campaña participábamos el dirigente magisterial Othón Salazar Ramírez
y los dirigentes políticos Raúl Ugalde, Manuel Terrazas Guerrero, Antonio
Franco Gutiérrez, Rodolfo Echeverría “El Chicali”, Salvador González Marín; yo que
entonces era muy joven, y por supuesto Danzós, quien era el alma de la campaña.
De ese tiempo fue mi primer contacto con el estado de Guerrero; juntos recorrimos
las regiones Centro, Acapulco, Costa Grande, Norte y Tierra Caliente, con un
discurso insurreccional que el autor del libro capta y evidencia muy bien.
Precisamente
en el mitin de Atoyac, se nos acercaron Lucio Cabañas Barrientos y Serafín
Núñez Ramos, quienes pedían incorporarse al FEP. Se convino con ellos una
plática posterior, donde 20 días después El Chicali los invitó a ingresar directamente
al Partido Comunista Mexicano y por supuesto a participar en el FEP. Lucio y
Serafín se convirtieron en los mejores organizadores del PCM y de la JCM en el
estado, siendo ya grandes promotores de las luchas sociales de la entidad desde
sus años de estudiantes en la Normal Rural de Ayotzinapa.
A
fines de 1966, luego de mi regreso de la URSS, donde fui a estudiar en la
escuela superior del Komsomol, me tocó atender los clubes de la JCM en las
normales rurales y las organizaciones estudiantiles agrupadas en la Central
Nacional de Estudiantes Democráticos, por lo que entré en contacto con estas
organizaciones en Guerrero, atendiendo también a los jóvenes comunistas de
Chilpancingo, Acapulco y Atoyac, donde ya Octaviano Santiago Dionisio era
apasionado líder del grupo de entusiastas estudiantes de secundaria que
integraban la JCM en esa región.
Luego
de que Lucio se remontara a la Sierra en mayo de 1967, en la dirección nacional
de la JCM, se acordó que yo siguiera atendiendo los clubes de Guerrero, particularmente
los de Atoyac. Ya para entonces la influencia de los muchachos de Atoyac se
había extendido por otras comunidades de la Sierra, que eran puntos de apoyo a
Lucio. Con frecuencia me requerían.
La
primera vez, me llevaron a la Sierra al atardecer para atender varios de estos
clubes. Salí por las goteras de Atoyac acompañado por uno de estos camaradas
quien me dejo en un poblado donde vivía la mamá de Lucio. Ahí me reuní con
nuestros camaradas; al día siguiente me llevaron a El Paraíso, donde un tío de
Lucio, luego de invitarme a comer unos frijoles con tortilla que me supieron a
gloria, me orientó cómo llegar a El Edén, donde supuestamente ya me esperaban.
La
verdad es que prácticamente me estaba dejando sólo, pero decidí no rajarme.
Caminé siguiendo la brecha indicada y llegué a El Edén al atardecer; me
recibieron con desconfianza y me pidieron que volviera al día siguiente muy
temprano. Esa misma noche mandaron a alguien a Atoyac a confirmar quién era yo.
Al día siguiente, tras someterme a un breve interrogatorio, nos reunimos y
platicamos, después me recomendaron que no volviera a subir solo, ya que si no hubieran
encontrado a nadie en Atoyac habrían tenido que matarme. Tiempo después me
enteré que en esos días Lucio acampaba por ese lugar.
Ya
antes habíamos coincidido en otros lugares. En 1966, Lucio y Serafín habían
sido desterrados por la SEP a Tuitán, Durango, y yo atendía a los clubes de la
JC en la entidad; ambos sabíamos de nuestra presencia, pero nunca nos
encontramos. Eran las normas de la clandestinidad.
El
tercer suceso, ocurrió el día de hoy, 15 de octubre. La Comisión de la Verdad
presentó en Chilpancingo el último informe de sus trabajos. Una tras otra
fueron develándose las evidencias de la represión gubernamental más grande e
intensa que el estado mexicano haya aplicado contra un movimiento social. Fue
la guerra sucia, cuya cauda de asesinados, desaparecidos, torturados, todavía
no ha sido totalmente cuantificada ni desentrañada. Lucio y la guerrilla
estaban en el centro de estos acontecimientos.
El
trabajo de la Comisión es encomiable. En poco más de dos años hurgaron a fondo
en el Archivo General de la Nación, levantaron más de 480 testimonios acerca de
las más de 500 personas reprimidas por el gobierno, encontraron cadáveres de
asesinados y enterrados en fosas clandestinas, y recabaron testimonios fidedignos
sobre cientos de personas que extrajudicialmente fueron arrojados al mar o al
pozo Meléndez, cerca de Taxco.
La
Comisión de la Verdad, también dio a conocer que entregará al gobierno federal
y al del estado, acervos documentales y testimoniales suficientes para integrar
una averiguación firme y sustentada sobre la responsabilidad oficial del Estado
Mexicano en la violación de los derechos humanos de cientos de guerrerense,
durante los años 1969-1979. Todo lo cual es constitutivo del delito de lesa
humanidad, que por los tratados internacionales de los que México es parte, no
prescribe y muchos de cuyos responsables todavía viven y deben ser sujetos a
juicio.
El
gobierno federal y el del estado, los poderes legislativo y judicial del estado
y de la federación, los organismos públicos de derechos humanos, están
legalmente obligados a retomar y dar seguimiento a las investigaciones y
recomendaciones de este importante y bien documentado Informe de la Comisión de
la Verdad. Los medios de comunicación, seguramente harán lo propio.
La
conclusión a que se llegó en este Informe es contundente: de mantenerse la impunidad
de estos crímenes, nada impedirá que se vuelvan a repetir.
15 de octubre de 2014
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