Antídoto contra la corrupción

Carlos Reyes Romero

A la memoria del Maestro Nelson Valle López, iniciador de la recuperación institucional y académica de la Universidad Autónoma de Guerrero.

El salinismopeñanietista se las está viendo difícil. Ya no siente lo duro sino lo tupido. No acaba de salir de una, o mejor dicho de ninguna, y ya le llega la siguiente.

Los priistas pensaron que el retorno de los brujos a Los Pinos era como un paseo de domingo por la Alameda del Distrito Federal; pero ya las Alamedas en ninguna parte del país son seguras.

Las acusaciones y destapes de corrupción los asedian por todos lados; su consuelo es que no son los únicos a quienes se señala, también al resto de la clase política le toca lo suyo.

A los “Chuchos” y la “Nueva” Izquierda del PRD; al gobernador de Sonora Guillermo Parres; a Elías Azar, presidente del tribunal de justicia del DF; al presidente y a su mujer por la compra de casas de excesivo lujo, al secretario de Hacienda, se les ha venido encima el escarnio popular.
Pero ni así les arde la cara de vergüenza; tienen la piel más dura que los rinocerontes.

Los resultados de la reciente Encuesta Nacional de Satisfacción Subjetiva con la Vida y la Sociedad, realizada por la UNAM, si bien muestra que la mayoría de la gente dice ser feliz; también pone de relieve, “entre otros datos, que 41.4 se declara insatisfecho con la situación económica, que casi 25 por ciento no considera que las personas se traten como iguales en sus ciudades, y que aproximadamente 80 por ciento de la población considera que el gobierno nunca o pocas veces lo toma en cuenta para tomar decisiones".

Lo interesante de esta encuesta es la actitud positiva de la gente que lo único a lo que aspira realmente y con todas sus fuerzas es a ser feliz, a disfrutar del derecho a la felicidad, que es de lo que se aprovechan los politicastros que nos mal gobiernan para arrebatarle a la gente el derecho a decidir sobre los asuntos públicos.

Desde que apareció el Estado en la vida de las comunidades humanas, los que se dedican profesionalmente a “la política”, consideran que el gobierno es su propiedad, un patrimonio personal del que pueden disponer a su antojo.

Por eso, los delitos contra la integridad del estado, la malversación de fondos, el enriquecimiento ilícito, el tráfico de influencias y los ahora llamados conflictos de interés, no pueden ser realmente castigados ni erradicados, porque las leyes que debieran sancionarlos están hechas para simular que se les persigue, cuando en realidad están estructuradas para propiciar y proteger la impunidad de los políticos.

Por eso cuando se llega a castigar a alguien que ha sido parte del gobierno, es porque de plano es muy pendejo o porque se peleó con alguien de más arriba, como es el caso del actual gobernador de Sonora, al cual las autoridades federales traen como trapeador.

Mueve a risa loca, el que Peña Nieto reviva la Secretaría de la Función Pública y que le dé como primera tarea el investigar si existe conflicto de interés en la compraventa de la Casa Blanca de la Gaviota, la suya propia y la del secretario de Hacienda. Quiere que los patos le tiren a las escopetas.

Loa antiguos eran más sencillos y eficaces. Sabían perfectamente que el único antídoto real y efectivo contra la corrupción, en cualquiera de sus manifestaciones, es la honestidad. Así de simple.

Por eso daban tanta importancia a la formación integral del ser humano, al desarrollo multifacético de sus conocimientos y personalidad; los grandes genios de la humanidad siempre han aspirado a la formación de hombres libres y con valores éticos, lo cual permitiría que el libre y multifacético desarrollo de cada persona sea la condición imprescindible para el desarrollo integral de toda la sociedad.

En cambio, a los detentadores del poder eso no les interesa; no quieren que la gente piense y actué por su propia cuenta, con autodeterminación, menos aún que lo haga con honestidad, porque cuando la deshonestidad florece y se convierte en el juego que todos jugamos, la impunidad no tiene límites.


Necesitamos implantar la honestidad en la vida pública, en el gobierno, en todas y cada una de las instituciones, en toda la sociedad, para erradicar la corrupción y para que podamos alcanzar el efectivo derecho a la felicidad.

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