Luz María Sánchez Rovirosa
“La peor consecuencia de la violencia, es que nos estamos acostumbrando a ella”.
La violencia es un fenómeno histórico que está relacionado con la conducta y el desarrollo social del ser humano. La violencia en todas sus formas, se ha convertido en un tema con el que tenemos que batallar diariamente, con el latente y grave peligro de enfrentarse a ella y lo que es peor, acostumbrarse a ella, como una forma inevitable de vida.
Así que hoy, ante los recientes, recrudecidos y escalofriantes episodios de violencia, que se suceden continuamente en el estado de Guerrero y en el puerto de Acapulco, donde lamentablemente (casi) siempre se pierden invaluables vidas humanas ¿Qué es lo que se tiene que hacer?
En nuestro país, y especialmente en el estado de Guerrero (entre otros), los gobiernos no han sabido, ni han querido manejar la violencia, ya que la agudización de las desigualdades sociales, económicas y políticas, se refleja en ira y depresión, sentimientos que mal manejados se transforman en violencia; y nos convertimos en rehenes en esta confrontación violenta de ajustes de cuenta de los carteles, del crimen y la delincuencia organizada, que están sobre nosotros, y viven de nosotros.
Se dicen tantas cosas en todo el mundo sobre la espiral de la violencia que padece el estado de Guerrero y el puerto de Acapulco (lugar que fuera uno de los destinos turísticos más famosos de México); que ya se perdió la noción del momento que nos convertimos en parte de la historia del “tesoro perdido”.
¿Qué tenemos que hacer para garantizar la seguridad y poder promocionar el turismo, garantizando no poner en riesgo la vida de los turistas y del pueblo?
Es bien sabido las facilidades a lo largo y ancho del estado y de Acapulco, que otorgan (con disimulo) las autoridades, para que –los susodichos- puedan adquirir lo necesario para satisfacer los caprichos monetarios, que imponen las cúpulas de las adicciones y el desorden, con sus graves consecuencias, sin ningún tipo de vigilancia, ni presión.
Para que la balanza funcione y pese correctamente, tiene que haber equilibrio. En el caso de Guerrero y Acapulco (como de cualquier otro lugar del país), las autoridades no pueden ni deben minimizar los trágicos sucesos tan frecuentes, y manifestar (como prioridad), que la actividad turística no se vea afectada por dichos actos violentos.
Y uno se pregunta ¿Cómo puede no afectar (al turismo y la gente que aquí vive), un preocupante incremento de asesinatos con violencia extrema y sin ningún pudor?
De verdad es de lamentar los muchos hechos sangrientos y los crímenes que constantemente cobran vidas injustamente. Como sociedad, no podemos seguir con los brazos cruzados, observando como la vía represiva (incluyendo al pueblo), es presentada como la única alternativa para combatir la delincuencia.
Y al final qué más da, otro muertito hoy, o dos o tres o cincuenta mañana. No hay trabajo hoy, robo, asalto, secuestro y asesino mañana. Y no hay agua, no hay luz, ni dinero para más obras, doy o me piden –mi mochada-; y por supuesto no hay seguridad hoy, siempre por la culpa del ayer.
Pero hay que reflexionar, que aun cuando, los más afectados somos la sociedad civil, no debemos acostumbrarnos a la violencia y a la inercia. No podemos seguir permitiendo que gobierno tras gobierno, se –hagan ojo de hormiga-, y se justifiquen pasándose unos con otros la inmensa bola de nieve de la responsabilidad, y nos quieran engañar una y otra vez. Hay que recordarles a menudo (hasta que lo entiendan), que están allí, encumbrados, única y exclusivamente (de la manera que haya sido), por nuestra voluntad.
Mientras la sociedad y las autoridades sigamos atrapados en esta espiral de violencia, mientras no tomemos conciencia de lo que nos está sucediendo por conveniencia, negligencia o temor, de agarrar valor para externar nuestro malestar por el bien común que somos todos, la sombra del crimen organizado y desorganizado, y los abusos cada vez más grandes del gobierno, estaremos expuestos a pasar de la indignación a lo indigno. Por favor, necesitamos despertar, nuestros hijos, nuestros nietos, el estado de Guerrero, el puerto de Acapulco y su gente, no nos lo merecemos. ¡Vale la pena reflexionarlo!
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