“Las esculturas de Sebastian completan la naturaleza del paisaje que las rodea, o emprenden una rivalidad”

Una ola se levanta en medio de una avenida, una gigantesca paloma amarilla se detiene indefinidamente en un camellón; hay un monumental caballo que suspende su trote y observa el tráfico de la ciudad. Son eso y son esculturas, todas comparten un principio: la magnitud dinamizada; también comparten las manos que las han creado: las de Sebastian.

El latido de las ciudades se genera en una idea de movimiento, en esa palpitación el arte es una arteria. Traza identidades al subrayar la forma que viaja de ojo en ojo por el mundo entero. Por la necesidad vital de su existencia en los espacios públicos, el gobierno de Pachuca, Hidalgo, encargó al escultor un complejo de 5 obras que embellecieran cinco avenidas de la ciudad. En el libro Ehécatl. Sebastian coeditado por la Fundación Sebastian y el Ayuntamiento de Pachuca, el lector puede seguir, a través de un pulcro registro fotográfico, el desarrollo de cada una hasta verla adueñada del espacio abierto.

Dado que el arte no se reduce a un adorno, sino que contiene un mensaje estético, el libro se hace también con los textos reflexivos de René Avilés Fabila, José Antonio Lugo, Manuel Marín, Manuel Rodríguez Mora y Jorge Ruiz Dueñas. Palabras que recorren las líneas de cada escultura traduciendo movimiento e intenciones.

José Antonio Lugo persigue el rizo de una estrella impulsada por el viento, elRehilete de la vida que sugiere al contemplarlo un caleidoscopio cósmico. Danza y libertad, dice el autor, conjugadas, igual que se mezclan en la obra del artista, la ciencia y la naturaleza. La primera, representada en la forma geométrica eterna e invariable junto a la que camina inseparable la estética de Sebastian, la segunda en el viento, Ehécatl, provocador del movimiento continuo.

Y ambas unidas magnéticamente por la mitología -porque Pachuca se asienta en la tierra de los gigantes de Tula, los Atlantes-, que hace girar este monumental juguete como si para ellos estuviera hecho.

El rehilete del escultor es un “Corazón geométrico; nudos de metal…el rehilete gira y al hacerlo mueve el aire. Un juego y el cosmos: el juego del cosmos”.

Ola galerna de Santa Catalina, es la ráfaga súbita de viento frío al que responde el texto de René Avilés Fabila, quien cita al crítico Jorge Alberto Manrique hablando de la obra de Sebastian “La estructura geométrica tiende a convertirse en canónica, establecida, fija. La única manera de que la emoción propia de su temperamento pueda existir es el movimiento”.

El potente viento que atraviesa a la “bella airosa”, propulsa esta Ola de cuatro metros y cinco toneladas, en un movimiento provocativo y audaz; también festivo porque viene a romper la monotonía. Las esculturas del artista completan la naturaleza del paisaje que las rodea, o emprenden una rivalidad, igual que lo hicieran las construcciones de las civilizaciones prehispánicas. En ese sentido el artista es heredero de la grandiosidad de aquellas edificaciones. “Arte poderoso de grandes dimensiones, un violento colorido y una fuerza expresiva capaz de sacudir las más diversas opiniones estéticas”.



En la física cuántica, el vórtice es un movimiento rápido de una masa de aire que gira sobre sí misma, de este principio, y reafirmando que Sebastian convierte la ciencia en arte, surge la obra Vortex, torbellino de sueños. Las palabras de Manuel Marín atraviesan todo el concepto que se manifiesta en la obra, que para el artista y teórico es el emblema de este complejo estético. “Esta serie inventa una concepción de centro que para las artes visuales es vital, al proponerse lo invisible. El proyecto por lo tanto será el centro”. Lo que posibilita el movimiento es que algo debe permanecer estático, el instante puede ser en la suspensión del movimiento, de la misma forma que en la inmovilidad eterna no hay tiempo. Una vez cumplida esa exigencia el devenir ocurre. El vórtice como centro es la referencia y capacidad de movimiento siempre y cuando ese movimiento lo cubra y actualice su alrededor.Vortex es el “arquetipo de la serie” porque desarrolla el infinito como tema y esencia.

El Rehilete mantiene un movimiento armonioso, estable, Vortex cambia de plano y de radio. Se comprime, mantiene la materia regida por una rotación controlada, mientras que la Ola es una curva que aparece y desaparece, “otro tipo de permanencia, de infinito”. La diferencia con otra de las obras, Cinta, céfiro de la gloria es que ésta se halla expuesta a un gran número de tensiones y atracciones, su movimiento es el capricho de las fuerzas capaces de confundir el equilibrio.

Vortex manifiesta un principio de física cuántica, que, aclara Marín, solamente puede percibirse por el intelecto a través de la intuición, al suspenderlo arbitrariamente se convierte en una representación visual del movimiento.

“La escultura emocional de Sebastian con sus colores y sus formas que estimulan la imaginación, ya es parte de la iconografía de muchas megalópolis del mundo”, pero la esencia de la obra de este geometrista cinético es la perturbación estética, dice Jorge Ruiz Dueñas en su texto que gira en torno de Esfera bórea. De apariencia dura pero esencialmente etérea, mantiene en equilibrio las fuerzas centrípetas y centrífugas; desde su sitio vela la llegada del amanecer y se cerciora de la llegada de la noche. Un segundo Sol, una Luna de sangre, la Esfera abre y cierra el ciclo vital del hombre; quien la observa la convierte en intervalos difusos tendidos al infinito. Abierta y al mismo tiempo vuelta hacia sí misma figura el juego de las correspondencias fractales entre micro y macrocosmos. Al mostrar todas las partes y los elementos que componen la complejidad, hasta llevarlos a su abstracción, la Esfera bórea es una representación de un modelo ontológico sublimado.

La mecánica cuántica, explica Manuel Rodríguez Mora, establece que una partícula sólo se hace presente cuando es observada, y esa misma partícula puede estar en dos lugares a la vez, y es al mismo tiempo una onda. Es ese comportamiento el que el escultor atrapa en sus obras. Encarna al artista del renacimiento poniendo la ciencia al servicio del arte, la poética de esta transfiguración que ocurre ya en sus obras es enunciada por el mismo Sebastian: “el cálculo racional se va a volver emotivamente espiritual y de ello nos da la razón la física cuántica que vuelve a hacer que el hombre piense en lo espiritual”.

La quinta escultura, Cinta, que mide ocho metros, realiza e incorpora la suma de principios científicos y estéticos. Por principio su colosal magnitud realzada por el bombazo del color rojo, provocan un efecto de bofetada. La escultura que habita las grandes ciudades nos fulmina con su dimensión, desafía la imaginación al agrupar esta explosividad. 

La obra escapa al simbolismo y tampoco es pura geometría, el escultor materializa relaciones altamente abstractas, es misterio cósmico y orden puramente racional, “demostración tangible de lo oculto”.

Enrique Carbajal, Sebastian, nació en 1947 en Ciudad Camargo, Chihuahua. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas de la UNAM. En 1965 ganó el primer lugar en la Exposición Anual de la ENAP. Ha realizado más de 120 exposiciones individuales. En 1983 fue elegido miembro de la Academia de Artes de La Haya. Es miembro del World Arts Forum Council de Ginebra. Sus obras monumentales se ubican en Buenos Aires, Nueva York, Dublín, Dinamarca, Japón, Finlandia, México, Brasil, Colombia, España, entre otros.

Ha recibido, entre otros premios, el Superior Prize del Hakone Open Air Museum, El Gran Premio de Oro de Osaka del concurso ORS-City, el Premio de Bronce de la Ashi Broadcasting Corporation, de Osaka, el Premio del Jurado de la Trienal de Pintura de Osaka. Recibió la Medaille de la Ville de Paris y el Premio Jerusalem. Es miembro de la Academia Mexicana de las Artes y Miembro de la Legión de Honor Nacional.

Ehécatl. Sebastian Fundación Sebastian/ Gobierno Municipal de Pachuca, 2015. Pp. 255.

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