Hugo Falcón Páez
Un sueño es hecho realidad.
Alguien de corta edad es virgen, así como la niñez que es pureza espiritual y de ahí se vierte lo sagrado. Como la imaginación y el arte, que pueden ser invisibles e intangibles. Me remitiré a la tradición católica, donde el Santo Juan Diego Cuauhtlatoatzin tuvo sus apariciones. El chichimeca pasó a la historia cuando al pie del cerro del Tepeyac escuchó el trinar de aves, y a su alrededor las flores brillaron aún más. Cuatro apariciones y una más en el pueblo de Santa María, Tulpetlac en el Estado de México, el mensaje era claro, transmitir la imagen a la Iglesia. Sin embargo, la Virgen Santa María es una amalgama de pasajes y documentación, el milagro está registrado un 9 de diciembre de 1531. La Virgen Morena o Nuestra Señora de Guadalupe es el bastión y ariete de muchos mexicanos o de ajenos a estas tierras. Juan Diego y su ayate son un registro que marca al México de ayer y hoy.
Para saber más, hay que revisar las mariofanías, que son la leyenda de las presuntas manifestaciones de la Bienaventurada Virgen María. En la cual la última que fue el 12 de diciembre en 1531. Después surgió el Nican mopohua, escrito con sonido náhuatl pero con caracteres latinos y atribuido al indígena Antonio Valeriano. Usando una técnica que ningún español sabía hacer y que sólo muy rara vez la realizaban. Ya en 1648 se publicó el libro que recopiló la devoción guadalupana, “Imagen de la Virgen María Madre de Dios de Guadalupe”, por el presbítero Miguel Sánchez.
Por ello es importante el arte, lo comento y sumo al texto, porque es la esencia del ser humano la que habla, la que transforma la existencia en todo lo que puede ser. Una manifestación de arte es imaginar. Sin embargo, no todos son artífices del y para el arte, pero todos los seres humanos tenemos la capacidad creativa, y lo más doloroso, frágiles ante una enfermedad llamada ignorancia. La cual nos hace olvidar quiénes somos, cómo vivimos, por qué hacemos lo que pensamos, dónde estamos y dónde vamos. Muchas veces, las más importantes en nuestra existencia, no lo hacemos llegar al albor del mundo, porque el arte es un terreno de la mente que escarba y escudriña las formas, las líneas y los cuerpos; los olores, aromas y fragancias; el ruido y los sonidos; los sabores agrios, amargos, dulces y rancios; la visión en sí de uno mismo y de las ideas que puedan darse.
Dar y quitar para nacer en otra pose, en otra obra, ser padres e hijos de algo. Todo el que hace arte merece ser reconocido, ser perseguido para que dé más de su talento, de su inspiración y de su aptitud, lo contrario se establece con minorías, como una casta en medio de clases sociales en donde unos son mercenarios, asaltantes, delincuentes, estafadores y fraudulentos.
Así como la analogía de que la Virgen es el símbolo maternal, el arte es la madre de toda verdad, sí. Y para la ética, estética o moral, es la superficie que va impregnada de sentimiento. Una sonrisa, un saludo, un abrazo; así lo creo, porque hacer arte es hacer el bien, el mundo requiere de ello con fe, paz y amor.
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