Disertaciones : Noé Ibáñez Martínez
Este 4 de diciembre se cumplen siete años del fallecimiento del profesor Othón Salazar Ramírez, quien en 1957 fundó el Movimiento Revolucionario del Magisterio (MRM), antecedente directo de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE). En esos años, el MRM exigía al gobierno de Adolfo Ruiz Cortines, además de cuestiones económicas, la independencia y autonomía de la sección IX del SNTE y un cambio a fondo del sistema educativo del país.
Othón estaba convencido de que ningún proceso revolucionario sería posible sin el papel fundamental del maestro, pero también es difícil que ese papel se cumpla si el profesor no cuenta con un proyecto ideológico que sirva como instrumento político para concientizar, democratizar y organizar a la sociedad.
Aquí radica, decía el maestro, que la CNTE y la CETEG hayan perdido el potencial revolucionario como cuando se fundó la Coordinadora en 1979. Hace falta claridad teórica, ya que la conciencia del maestro se encuentra vacía de ideales trascendentes. El magisterio de izquierda apenas si existe. El maestro poco a poco se fue burocratizando, el espíritu individualista se apoderó de su mente, abandonó su papel activo en la historia de la lucha de los oprimidos y de la lucha por la creación de una nueva sociedad. En general, el maestro dejó el campo de la “militancia revolucionaria”.
El también líder comunista creyó en la formación de lo que él denominó “Un nuevo tipo de maestro”, capaz de sentar las bases de una cultura que sirva para formar hombres cabales y libres, conscientes de que encarnan un potencial ideológico como ninguna otra profesión.
Que el maestro comprenda que su responsabilidad consiste en clarificar la esencia de las cosas, la verdad de los hechos, ayudar a las masas a que tomen conciencia de su situación, de sus derechos y obligaciones. Por ello, debe tener claridad ideológica e histórica. Que no rebaje el contenido de su papel de un triste conformador y justificador del orden social opresivo, sino jugar un papel democrático y crítico, dentro y fuera del aula.
La función de todo proceso revolucionario es educar. Por eso, ser maestro no es solo un medio para ganarse la vida, sino la forma de cumplir un deber social, es decir, ser maestro es cumplir una misión con el hombre.
No se olvide también que Othón Salazar fue normalista. Estudió en las normales rurales de Oaxtepec, Morelos y Ayotzinapa, Guerrero. Luego se graduó en la Escuela Nacional de Maestros y en la Escuela Normal Superior de México.
“Antes que otra cosa Othón era un normalista, y eso hay que subrayarlo, porque ahora se ignora qué es el normalismo: el deseo de un individuo de transmitir conocimiento sin preguntarse cuánto va a ganar”, decía Guillermo Ramírez Hernández, ex director de la Facultad de Economía de la UNAM.
El “pequeño gigante” —como se le conoció cuando encabezaba la insurgencia magisterial en la década de los 50— fue poseedor y portador de virtudes y valores que hoy son raros de encontrar en cualquier líder y activista social. Siempre fue honrado, nunca probó las mieles de las canonjías, prevendas y cuotas, ni se dejó comprar. Su lealtad a los movimientos que encabezó fue permanente.
Othón siempre fue crítico a la situación actual en que se encuentra la educación en México. “La escuela como está anda mal, arrinconada, reducida meramente a formar productores y consumidores y nosotros los maestros buscamos que la escuela forme también buenos ciudadanos que le respondan a este país, a nuestro pueblo”, decía.
Othón fue despojado de sus plazas de maestro en 1961, y nunca los volvió a recuperar. El escritor Carlos Monsiváis recordaba que Othón pidió a presidentes de la República y gobernadores de Guerrero ser reinstalado, pero le exigieron cosas a cambio y los mandó al diablo.
A los 84 años de edad, en 2008, en la cama de su casa en una humilde colonia de Tlapa, falleció Othón Salazar. Murió pobre y terco. Y es también muy probable que haya muerto como vivió: sin miedo.
En una ocasión le dijo a sus compañeros veteranos del MRM: “No tengamos miedo a la muerte. Como decía uno de mis maestros: ‘¿para qué tenerle miedo, si cuando ella llega nosotros ya nos fuimos?’”.
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