Por sus curvaturas la distinguirán, por su ánimo que de súbito se acalambra y es aridez o tolvanera, porque su naturaleza sísmica es la cordillera de los eventos y hombres que la forman, sabrán que la patria es matria.
La matria porta el simbolismo, por ello Daniel Lezama ha irrumpido en ese carácter simbólico como motivo del libro La suave matria, publicado en la colección Círculo de Arte de la Secretaría de Cultura, con la coordinación de Pablo Ortiz Monasterio.
“Si le preguntan qué son sus cuadros, responderá ‘ficciones’, las que emite su memoria, su reconfiguración de mitos e imágenes de la cultura mexicana”, explica en el prólogo, Sergio González Rodríguez. Alejándose de la dominación simbólica, Daniel Lezama llega a un replanteamiento de las representaciones y de la realidad que por no encontrarse completamente acabada, es un horizonte de posibilidades.
En este sentido, la idea de matria comprende perfectamente la obra que se crea alrededor. Matria como el lugar por construir, maquinación de la imaginación que se reúne con la historia. La suave matria es el pincel contra un monolito cultural.
Y hay que perseguir el adjetivo suave, que en la poética de Ramón López Velarde se revela por igual en ese “trueno de temporal, oigo en tus quejas” que va a insinuarse en la pintura en la que vemos al centro del Zócalo de la capital a una mujer de gigantes dimensiones, desnuda. De sus brazos, pechos y rostro nacen enormes y gruesas lenguas de fuego, levantándose hacia un cielo nocturno. La única fuente de luz es incendio, la combustión resulta tan arquetípica como la mujer, su unión esclarece que la matria es llama.
Dentro de un cazo de metal con agua hay una maceta de la que sale un nopal, tras de ésta y de pie, sobre una paca de paja, se encuentra una joven mujer; entre sus manos, levantadas a la altura de su voluminoso pecho, se encuentra dominada una serpiente. A la derecha de la imagen, un joven acuclillado recarga su cara sobre su muslo izquierdo. No existe una fuente de luz, sin embargo, la mujer y el cazo con el nopal, reciben una iluminación que nos obliga a proponer es casi sagrada. Corren las significaciones, el sentido apunta en principio a una representación del lábaro patrio, al símbolo dador de patria. El sometimiento de la serpiente por parte de la mujer, permite invertir el protagonismo; es la mujer quien se adueña de la naturaleza, la controla para convertirse en el signo que apunta a un territorio propio. Es posible encontrar conjugada en este lienzo, también la imagen de la Virgen de Guadalupe.
Duermen inadvertidos, aunque gigantescos. Sobre el omóplato de la mujer, que duerme boca abajo un diminuto caminante se ha detenido a contemplar el horizonte. En la planicie que descansa ladera abajo de esta mujer montaña, un niño, también enorme en su dimensión y en actitud de recogimiento espiritual, es bañado por los rayos del Sol. A un costado de la mujer en sueño eterno reposa un hombre, rompiendo su pecho crecen altos pinos. Iztaccíhuatl y Popocatépetl, la mujer y el hombre primigenios han dado a luz al mexicano. Él se levanta sobre el valle, ellos le acompañan sólo de lejos, en un sueño voluptuoso.
Sobre la tierra árida está una niña, tiene la mirada fija, congelada en un punto que puede ser el espectador, o en un momento. Por encima de su cabeza un brazo, el otro en escuadra a la altura de su rostro y la boca semiabierta. Su vestido azul claro, se levanta un poco encima de la rodilla derecha. Podría estar recostada atravesando un sopor, si no fuera porque sus zapatos no aparecen como si se los hubiera quitado, más bien están desperdigados uno cerca de la mano en escuadra, el otro cerca del pie izquierdo; un poco más lejos, una tela rosada que parece ser una chalina ha quedado tirada también. En un segundo plano, una arboleda verde ocre separa este terreno del tercer plano: una construcción gris en medio de la cual aparece una delgada chimenea de la que se escapa el humo azulado. Es una niña muerta, y eso también es esta suave matria.
Daniel Lezama nació en México en 1968. Estudió artes visuales en la Academia de San Carlos de la Universidad Nacional Autónoma de México. Ha sido becario del Fonca y delConaculta varias veces. En el año 2000 ganó la Bienal de Pintura Rufino Tamayo.
Ha realizado más de 20 exposiciones entre las que destaca La madre pródiga en el Museo de la Ciudad de México en 2008. Ha participado en más de 60 colectivas en México y en el extranjero, incluyendo la Bienal de Beijing, Imperium en Leipzig y Las imágenes de la patria, en el Museo Nacional de Arte, en México. Su obra forma parte de colecciones públicas y privadas, como el Museo del Barrio, en Nueva York, La Murderme Collection en Londres y el Museo de Arte Moderno en México.
Daniel Lezama, La suave matria. Prólogo, Sergio González Rodríguez; Colección Círculo de Arte; coordinador, Pablo Ortiz Monasterio. Dirección General de Publicaciones, Conaculta, México, 2015, 62 pp.
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