Es difícil revertir un pasado basado en el exterminio, dice Juan Manuel Sepúlveda sobre la situación de los nativos en Canadá




El Oppenheimer Park de Vancouver, situado en el centro de la ciudad, es el hogar de una de las mayores reservas de nativos originarios de Canadá. Este lugar, donde actualmente los pobladores viven, sueñan, se reúnen, beben y se drogan -pero, sobre todo, lo hacen ejerciendo el derecho que el Estado les otorga para habitar las tierras de sus antepasados-, es el motivo del tercer largometraje del cineasta mexicano Juan Manuel Sepúlveda.

Al ver La Balada del Oppenheimer Park (2016) lo primero que se piensa es en lo inusual de ver a un realizador llegar tan lejos con su cámara y acercarse tanto a objetivos y escenas tan autodestructivas.

A través de un formato que se apega a la estética del documental, pero que evita en todo momento el recurso de la entrevista, Juan Manuel Sepúlveda introduce al espectador con un cierto voyeurismo a la vida de las personas de este parque canadiense, en donde capta la lucha diaria y la embriaguez de cuatro habitantes del parque: Bear, Harley, Dave y Janet, cuatro personas que dan acceso al cineasta a su mundo, logrando imágenes que van de silencios de insoportable angustia, a la celebración de la embriaguez.

La cámara del cineasta mexicano no deja de grabar mientras ellos hablan, ríen, duermen, comen, lloran, se emborrachan, fuman, luchan y protestan con su propia decadencia contra el gobierno de la ciudad. De esta manera, Juan Manuek Sepúlveda ofrece un retrato íntimo de un grupo de personas que puede llegar a ser tan desgarrador como divertido, pues se centra en las almas perdidas de una comunidad que intenta sobrellevar el trágico destino de sus ancestrales tribus.

Mientras la historia avanza, las implicaciones sociopolíticas se van haciendo más claras: dos siglos de lucha contra la represión y el robo de tierras a estas comunidades nativas que fueron despojadas y desplazadas y que, entre el exterminio, el maltrato, el hambre blanco y el rechazo, hoy es un sector reducido al 3 por ciento de la población canadiense, que además, está obligada a vivir dentro de reservas como el Oppenheimer Park.

Estos nativos de las primeras naciones canadienses han luchado por las tierras de sus ancestros y la defensa de sus culturas en el seno de un mundo occidental que los tiene viviendo en absoluta pobreza y en reservas baldías.

Después de su estreno en el Festival de Cine de Cartagena y su paso por el Festival de Cine Internacional de Guadalajara, La Balada del Oppenheimer Park fue acreedora a la Mención Especial del Festival francés Cinema du Réel organizado en París y que concluyó el pasado 27 de marzo en el Centro Nacional de Arte y Cultura Georges Pompidou.

Organizado desde hace 35, el festival mezcla documental, ensayo y experimentación a través de una selección de temas que pretende reflejar la diversidad de géneros y formas cinematográficas que puedan interpretar al mundo, pero ante todo, el mundo de lo real. Cinema du Réel es uno de los pocos festivales de cine documental que se centran en el patrimonio y la memoria de éste género cinematográfico, al mismo tiempo que lo hace dialogar con el arte contemporáneo.

En entrevista para la Secretaria de Cultura, Juan Manuel Sepúlveda, quien ha presentado el conjunto de su obra en los foros más importante del mundo como los Festivales de Cine Internacional de Berlín, Chile, Morelia, Cartagena y París, ganador del Premio Ariel (2006) y del Premio Caméra d’Or en el Festival de Cannes, donde trabajó como cinefotógrafo para la películaAño Bisiesto (2010), dirigida por Michael Rowe, habla de los retos de su más reciente realización. 

─¿Cómo surge la idea de hacer este largometraje?

Cuando vivía en Vancouver y comencé a visitar el parque habitualmente, como punto de encuentro, donde me reunía con otros latinoamericanos que se habían exiliado en Canadá durante los años ochenta. Sin embargo, más que una idea, la película fue surgiendo como parte de un proceso que se desarrolló a lo largo de un año. Prácticamente, la población latina me condujo a la población nativa, con quien fui desarrollando una relación afectiva muy compleja. Fuertemente conmovido por las historias que me contaban, les propuse hacer una película y el resultado es La Balada del Oppenheimer Park.

─¿Cuánto tiempo duró el rodaje?

─Cinco meses.

─¿Cuáles fueron los retos de la filmación? Sobre todo porque muestras a personas constantemente alcoholizadas.

─Lograr una representación acorde a los deseos de las personas que estaban siendo filmadas, pero sobre todo ganarme la confianza de las personas que diariamente visitan el parque ya que se encontraban con un equipo de filmación que de cierta manera estaba irrumpiendo su vida cotidiana.

─¿Qué novedades introduces a nivel cinematográfico? ¿Cómo fue el proceso de filmación de estas personas?

─No me atrevería a decir que introduzco novedades con respecto a lo cinematográfico. En cuanto a la técnica de filmación, utilizo la misma técnica que utilizaron los primeros camarógrafos a finales del siglo XIX: la cámara fija sobre un tripié. Tal vez la película es distinta porque renuncia a la técnica que se podría esperar de una película documental, que normalmente es la cámara en mano.

─El proceso de filmación fue muy simple. De hecho, lo único que había que hacer era llegar todas las mañanas y adaptar el plan de rodaje a las actividades que en ese momento se estaban desarrollando. Hubo otros momentos en los que llevaba un plan preconcebido, y en este caso las personas participaban de acuerdo a la intervención del director.

─¿Cómo convenciste a este grupo de nativos para que te dejaran entrar en su espacio y filmarlos?

─Siendo honesto con ellos y dejando muy claro que no trataba de retratarlos como las víctimas de un proceso, sino como unos resistentes que siguen desafiando a la ley y el orden que les fueron impuestos.

─¿Cuál es la intención de este largometraje?

─Ninguna, más que funcionar como película. Una película que tiene intenciones, no es una película honesta. Las intenciones se las otorga el espectador y en ese caso habría que preguntarle a ellos.

─¿Qué supuso para ti mostrar el film en el marco del Festival Cinema du Reel?

─Un honor. Es la cuarta vez que participo en el festival y para mí es como volver a casa, con una familia extendida de documentalistas de todas partes del mundo.

─Sobre el hecho de que un mexicano muestre estas imágenes tan controversiales que evidencian una situación social compleja en el país, ¿cómo crees que sería la recepción de esta película en Canadá?

─Muy controversial. Asumimos que es normal que cineastas de Canadá y Estados Unidos vengan a hacer películas sobre la realidad en nuestros países, pero paradójicamente cuando un mexicano toca las fibras sensibles de países que se consideran “más desarrollados”, entonces ya no opera igual.

A mí me han reclamado mucho por haber hecho una película sobre una realidad a la que no pertenezco. Sin embargo, yo creo que el documentalista siempre está haciendo películas sobre realidades a las que no pertenece. Esta opinión me parece arcaica, sobre todo en un mundo con fronteras cada vez más porosas.

─Las personas que aparecen en este film ¿estuvieron al tanto de las tomas finales? 

─Por supuesto, me aseguré de que las vieran para que la representación generada estuviera acorde con sus intereses.

─¿En algún momento se te intentó censurar o impedir que aparecieran ciertas tomas?

─Más que censura, hay una barrera muy dura que han impuesto las organizaciones e instituciones que viven de los nativos canadienses con respecto a producir películas sobre ellos. Por supuesto que a ellos no les interesa ninguna representación que no responda a sus intereses, y esos intereses no necesariamente están ligados a los intereses de la población nativa.

─¿Hasta qué punto hacer esta película modificó tu percepción sobre las políticas sociales en Canadá? ¿Cuál es tu opinión sobre la situación actual de las comunidades indígenas en este país?

─La película me acercó a la situación que viven los indígenas en Canadá y desafortunadamente esa situación es lamentable. El eje que determina la relación entre colonizadores e indígenas está establecido y sigue operando. Aun cuando no están reservados en las ciudades, sí están confinados en áreas bien delimitadas. Es muy difícil revertir un pasado basado en el exterminio.

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