La introspección, desentrañar los misterios del alma e internarse por esos túneles insondables del subconsciente que traen consigo las respuestas sobre la iluminación y la oscuridad en el hombre, fueron para Víctor Hugo Rascón Banda (Uruachi, Chihuahua, 6 de agosto de 1948 - Ciudad de México, 31 de julio de 2008) los pilares arquetípicos que sostuvieron su vida y obra.
Desde niño, cuando en la sierra de Chihuahua observaba a su padre y a su abuelo bajar junto con otros mineros a esos abismos misteriosos para salir más tarde manchados de carbón, fue custodio de esa llama encendida que iluminó también la geografía de sus montañas natales, los acantilados, cataratas y valles, el suyo fue más tarde el teatro vivo de la lucha y la muerte, llevando la memoria a individuos y pueblos.
En su juventud, al observar las injusticias diarias y la desigualdad en su comunidad y con los mineros, comenzó a refugiarse en las lecturas teatrales como un bálsamo personal, leyó el teatro griego, a Shakespeare, y supo que la condición humana es la eterna búsqueda por hallar vetas sagradas en el corazón mismo del origen, no importaba “si se trataba de las entrañas de la tierra o de los territorios del alma colmados paradójicamente de antigüedad y a la vez de renovación”.
Así lo manifestó alguna vez el presidente de la Sociedad General de Escritores de México (Sogem) al evocar la búsqueda interior que lo llevó a ver en el teatro una herramienta para transformar los cimientos mismos de la sociedad.
Fue autor de cerca de 50 obras de teatro que lo convirtieron en uno de los más notables dramaturgos de su generación. Su primera pieza, Voces en el umbral (1979), retrata parte de la vida ligada a esas minas que enmarcaron sus primeros años de vida.
Más tarde, con obras como La mujer que cayó del cielo, Sazón de mujer El criminal de Tacuba, La casa del español -nueva versión de Voces en el umbral-, Fugitivos, Apaches y Los ejecutivos, definirían su teatro como una trinchera crítica de la sociedad contemporánea.
Su gran amigo, el escritor Carlos Montemayor, afirmaría alguna vez que el teatro de Víctor Hugo Rascón Banda iluminó los ríos subterráneos de los seres humanos, la distancia de recuerdos, edades, cuerpos, idiomas, cultura y esperanza; fue un ejercicio de denuncia y al mismo tiempo de profunda revelación del alma.
Desde la Sociedad General de Escritores de México, Víctor Hugo Rascón Banda combinó sus atributos de escritor y abogado, para emprender una labor ardua y eficaz por los derechos de los autores y contribuir al fortalecimiento de las instituciones culturales del país, incluso se adelantó a su tiempo al cuestionar, desde finales de los años noventa del siglo XX, acerca de la contribución de las industrias culturales al Producto Interno Bruto del país.
Víctor Hugo Rascón Banda promovió diversas publicaciones para mostrar la gran importancia que tenía la cultura en el desarrollo nacional, cuantificando por primera vez, con la ayuda de diversos economistas, lo que aportaban sectores, como el de la música, la industria editorial, el cine, las artesanías y los festivales, a la economía, sembrando la semilla para las estadísticas que hoy ya se han incorporado de manera común a la vida nacional y que reconocen a la cultura como un eje fundamental de nuestra riqueza económica y social.
Como dramaturgo y novelista, recibió el Premio Ramón López Velarde por su obra La maestra Teresa y el Premio Juan Rulfo por su el libro Contrabando. Señaló en alguna ocasión: El teatro es una conversación compartida con la sociedad, una comunicación mágica en la que cada persona da y recibe algo que la transforma. Por eso el teatro tiene que ser grande y mejor que la vida misma.
Asimismo, como reconocimiento a su trayectoria recibió, a través del Instituto Nacional de Bellas Artes, la Medalla Xavier Villaurrutia por su labor de varias décadas en el fomento del teatro y la promoción cultural.
El dramaturgo estaba convencido que el teatro es una conversación compartida con la sociedad, así como un arte que se enfrenta con la nada, las sombras y el silencio, para que surjan la palabra, el movimiento, las luces y la vida.
Durante su discurso en 2006 ante miembros de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) durante el Día Mundial del Teatro, Víctor Hugo Rascón Banda dijo: “Todos los días deben ser días mundiales del teatro, porque en estos 20 siglos siempre ha estado encendida su llama en algún rincón de la Tierra. El teatro conmueve, ilumina, incomoda, perturba, exalta, revela, provoca, transgrede; es un hecho vivo que se consume a sí mismo mientras se produce, pero siempre renace de las cenizas. Es una comunicación mágica en la que cada persona da y recibe algo que la transforma”.
Y agregó: “El teatro refleja la angustia existencial del hombre y desentraña la condición humana. A través del teatro no hablan sus creadores, sino la sociedad de su tiempo”.
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