Utilizando su poder, igual que el día de su traslado, el monolito de Tláloc, que resguarda la entrada al Museo Nacional de Antropología, está invocando a las nubes, sus infatigables serpientes aéreas, para que rindan su carga.
Por su labio superior, anotó Sahagún, se entraba al inframundo; los habitantes de San Miguel Coatlinchán (Estado de México), afirmaban que el ídolo no podía ser movido del sitio donde reposaba, porque era el tapón del mar. El desplazamiento de ese tapón, ha permitido que esas dos dimensiones inframundo y mar, se acompañen sin escándalo en la exposición El último viaje de la fragata Mercedes.
Si hay un infinitivo que lía la historia de la humanidad es navegar. El hombre nació con la batalla declarada entre el ánimo de lo infinito y la imposición del confín, que ha resultado continuamente en desafío. La proximidad de los primeros seres humanos que surcaron las aguas con nosotros queda explícita en la más sofisticada tecnología: los navegadores informáticos; nuestro lenguaje cotidiano lo confirma, navegamos en las redes, nos embarcamos en proyectos y cuando ataca la desesperación, quemamos las velas.
Es así que nada más traspasar la puerta nos zambullimos en ese último recorrido, porque lo que al visitante de la exposición le ocurre es experimentar de inmediato el estar a bordo de la fragata, o “bajo del mar” como va cantando un niño (recordando la canción de La sirenita de Disney), mientras la recorre con plena libertad. El sonido de las olas y las gaviotas nos envuelve y ya no existe más mundo que el de esa suave penumbra marítima en donde es posible sentir y vivir el 5 de octubre de 1804.
La museografía al servicio de la imaginación nos deja escuchar al fondo una voz con acento español, es la recreación del relato de Diego de Alvear y Ponce de León sobre el suceso, y al mismo tiempo, en una pantalla, el enfrentamiento entre la escuadra británica y la flota española, la segunda protegiendo un tesoro que muy pronto quedaría sepultado en las profundidades del mar, vuelve a ocurrir.
No es un hecho aislado, El último viaje de la fragata Mercedes es parte y resultado de un mundo económico, político, social y artístico particular, que la exposición despliega. Presentes están cuadros pintados por Goya, exquisitas tiras de caricaturas francesas criticando y burlándose de Gran Bretaña, el Tratado original de San Ildefonso de 1796, medallas expedidas con motivo de la ruptura por parte de Inglaterra del Tratado de Amiens, que llevó al hundimiento de la fragata.
Todos los sentidos cosquillean, los modelos que reproducen la fragata la traen a unos centímetros de la mirada y por la cercanía, casi al tacto. Los espectadores dan rienda suelta a esa guardada alma marinera, al caminar por la reproducción de una parte de la cubierta con réplicas de cañones y balas. Puede verse en la mirada de aquel joven, mientras va de lado a lado cómo sueña con ser capitán, y poder dar la orden de ataque.
O jugar a escapar de la persecución de la flota inglesa, a través de la realidad aumentada… Un giro y se está frente al tesoro recuperado por el Odyssey, montones de pedruscos de monedas inseparables desde aquel día. Objetos personales, que se hundieron con sus propietarios, herramientas.
Es probable que no se tenga conciencia de la fascinación que ejerce sobre la evocación y ensoñación esta temática, pero en este simbólico “todos a bordo”, nos sorprendemos bucaner@s, piratas, capitanes Garfios, arqueólogos subacuáticos; vivos, despiertos, poderosos.
El último viaje de la fragata Mercedes, tiene tal fuerza seductora que parece decirnos al final que navegar se asemeja a una pulsión. Que cada día es un izar las velas.
La exposición El último viaje de la fragata Mercedes se exhibe hasta el 10 de octubre en el Museo Nacional de Antropología, Avenida Paseo de la Reforma y Calzada Gandhi s/n, Colonia Chapultepec Polanco.
0 Comentarios