Explotar e implotar son las reverberaciones en las que ocurre y por las que se graba la experiencia, los restos de las emociones quedan resguardados por la impresión; la huella que perdura serena y reflexiva, libre del temblor original se vuelve colores, sonidos, paisajes y personajes que parecen estelas. Al término queda un cuadro, una obra de arte que viene a hermanarse con lo que fue y seremos. Así es , escrito por Gabriel Bernal Granados, editado por la Secretaría de Cultura, una sintonización de la nostalgia que pasando de frecuencia en frecuencia compone su melodía única.
La rueda que libera la percepción del tiempo pone con su giro a rodar la historia o las historias, el libro arranca mientras el protagonista está andando en bicicleta en el autódromo; su amigo, César, lo rebasa y las ruedas chocan. El protagonista cae y pierde la conciencia “un ángel me tendió sobre la alfombra gris del asfalto y me vertió en el oído una pócima de sueño. Ese fue el momento preciso de mi muerte. ¿Duró segundos o milenios?”. El diagnóstico que más tarde se pronunciará en una clínica encierra el simbolismo, ritmo y estructura de la obra: . Pero es también la disposición interna del personaje principal, que al arrancar el relato tiene 12 años y ya se sabe separado de los demás por una pasión: el erotismo de andar en bicicleta.fisura
El de la fractura se cuela en principio desde la voz narrativa, lo que dará inicio a un juego de suplantaciones en la disputa por la palabra.
Después una hora precisa y sus minutos, 7:19, su sombra siempre está pisando la memoria, se habla de ello pero es escaso el interés en narrar desde lo literario el sismo del 85: “fue como si una ventisca primero, y después un vendaval, se hubiera infiltrado por el vano de las puertas, azotando la madera de los postigos, estallando los cristales y volviendo las paredes de hule espuma”. El protagonista, desde el patio del liceo presencia cuadro a cuadro el derrumbe, la bruma del polvo vuelto espesa niebla se mezcla con el hombre que salió a comprar el diario y regresó a una pila de escombros.
Esa mala hora dejará en el protagonista el recuerdo del cambio de escuela y la aparición de una figura esencial en toda historia de construcción, el profesor D. quien representa la renovación de la mirada, el tirón de la conciencia, la interpelación al individuo:
“Con D. comprendí que mi odio al Chavo del Ocho estaba fundado en la filosofía de la existencia, que había visto cómo desde el siglo XIX el individuo había comenzado a disgregarse en los componentes de una caricatura bufonesca. Las risas que nos provocan los actos de los estúpidos constituyen el preámbulo de una forma de ser que habrá de apoderarse de la nuestra”.
En suma D. le da un lenguaje, y al hacerlo le da la posibilidad de un mundo antagónico, para no resolverse, pero para mirar, contemplar, contrastar y no asumirse.
Un mundo desde las sensaciones es la tercera parte del libro; el protagonista conoce a Lisandro, Rodrigo, Alina y Jimena en torno a una grabadora, escuchando una canción que adaptaba al español el poema de Poe, . Las rimas internas, las aliteraciones rodeando el tema del amor que trasciende la muerte, pero también el amor como tabú, marcan la impresión de ese momento. El yo se apodera del discurso, pero es un yo adolescente que atestigua, que se sabe fuera, mezclándose con el yo adulto, que camina hacia atrás, pero con los ojos frente a lo que fue.
Otra dimensión se abre, la de la música, los cigarros, las sustancias y Lina. “Rodrigo era un , un San Jorge dividido, mitad hombre, mitad animal, domesticado bajo el influjo de lo femenino. Las ciudades fortificadas no se rinden ante el poderío intimidatorio del más fuerte, sino del más sensual”. Rodrigo se vuelve, como si del tarot se tratara, en el maestro del galano arte de vivir.
La voz estética de lo cotidiano está en Rodrigo y en Lisandro, la música en el primero, la pintura en el segundo. Y un personaje que aparece de pronto, Miguel, el arrobado por la personalidad de Lisandro, que busca en las drogas sintéticas experimentar los colores de Van Gogh y que traía como resultado “una forma de lucidez llevada al extremo de la locura”. Y como en un sueño de opio se desvanece ese fragmento de vida y aparece Elena.
“En sus mejillas había las huellas de una viruela profunda o de un acné que hubiera padecido en la adolescencia hierros que te marcan, que te vuelven divertido o arisco según sea el caso”. Elena es la maestra de ese yo que puede ser el protagonista. Ese yo que comprueba que los poemas eligen a sus víctimas y preparan el terreno de la desdicha. Otra fractura se suma, incorpórea pero más dolorosa que si fuera física, otra grieta por la que ahora se cuela G. el personaje que viaja a Paracho a deshacerse de la parálisis emocional.
Cracovia, que al quebrarse conduce al narrador a la glorieta de Insurgentes y de ahí a la novela de Umberto Eco, , en su versión cinematográfica.
Gabriel Bernal Granados nació en la Ciudad de México, en 1973. Tiene publicados un libro de aforismos: (2000); tres libros de poemas: (2000), (2001) y (2010), y los libros de prosa: (2003), (2007), (2009), (2011) y (2015). Ha traducido prácticamente toda la bibliografía asequible en español del escritor Guy Davenport. Tradujo con Juan José Utrilla el libro de Mark Polizzotti (2009). De 1992 a 2013 fue editor en México de la revista: . Junto con Ana Rosa González Matute es director fundador del sello Libros Magenta.
Gabriel Bernal Granados, . Secretaría de Cultura. México, 2015. pp. 85.
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