Eran las últimas décadas de siglo XIX, era un París vivo e inquieto; de arrabal y elegancia transfigurándose en trazo rápido, en intensificación de color combinada con la imaginación y la palabra. París era una fiesta, y también era cartel.
En el tiempo litográfico, amanecía al caer la noche, cuando Henri de Toulouse-Lautrec terminaba de cenar con su aristocrática madre, y se lanzaba a las nuevas formas de celebración, contemplación y recreación.
¿Qué hizo de aquellos años la Belle Époque? ¿cuál fue la vibración que capturaron, pero igualmente crearon los carteles de Toulouse- Lautrec? Son sólo un par de las múltiples respuestas intrínsecas que desarrolla el catálogo de la exposición El París de Toulouse-Lautrec. Impresos y carteles del MOMA, editado por La Secretaría de Cultura y el Instituto Nacional de Bellas Artes.
Sarah Suzuki, curadora del Departamento de Dibujos e impresiones del MOMA, ha creado una exhibición y un catálogo que exponen la belleza de los carteles y las impresiones del artista francés, explorando también las relaciones con el momento y lugar de su creación, explica Glenn D. Lowry, director del Museum of Modern Art, en su nota introductoria.
La minuciosa investigación, desarrollada en seis apartados acompaña al lector y al espectador en la triple trayectoria que fusiona crónica, publicidad y obra de arte en el trabajo de Henri Toulouse-Lautrec.
No debería eludirse el papel que desempeñó la electricidad en estos años, pareciera haber traído con ella una nueva sensación que terminó por integrarse al sistema nervioso, llamémosla chispeante. París vivió una irradiación disparada en piernas, tonos, vuelos de faldas, intensidades recuperadas en las servilletas de papel en las que bocetaba, este artista de agudo ingenio y encantador, quien imposibilitado para una vida deportiva aristocrática, fue alentado por sus padres nobles, a perseguir su desarrollo artístico.
A sugerencia de sus maestros de pintura, fue a Montmartre, esa colina semirrural “era un paraíso para los que luchaban por ganarse la vida y también para criminales, artistas, bohemios y prostitutas. Atraía a aristócratas de tugurios demi mondaines y turistas burgueses”, también el escuadrón de la moral de la policía se hacía presente para cerciorarse de que las bailarinas de cancán vistieran ropa interior. Ahí, encontró su mayor inspiración artística y fama excelsa, la sutil comprensión que tuvo del gusto popular del entretenimiento, lo llevaron a ser considerado como el artista más fascinante, de acuerdo con una publicación inglesa sobre la historia del cartel, publicada en 1895.
Que a principios del siglo XIX, hubiera en París 280 imprentas de litografía, dedicadas a producir anuncios, revistas y circulares, demuestra la vehemente actividad que se vivía en torno a la impresión. Lautrec se inició en 1891, año en el que apareció su cartel Moulin Rouge, La Goulue el cual de la noche a la mañana se volvió una sensación, para el artista sus impresiones “debían representarlo no sólo al ojo público, sino también en el ambiente enrarecido del mundo del arte. Por eso las incluía en sus exhibiciones de pintura”. El cartel para Toulouse-Lautrec se volvió una de sus furias, de ahí su célebre sentencia: ¡El cartel es todo lo que hay!
Atraer era el signo de los tiempos, y Lautrec comprendía el ritmo de la vida moderna con su velocidad y la inmediatez con la cual una imagen tenía que capturar la atención del espectador, Francis Jourdain, amigo del artista relata su impresión “Todavía recuerdo el impacto que me causó ver por primera vez el cartel del Moulin Rouge, lo transportaban en una especie de carrito pequeño, y me sentí tan encantado que caminé junto a él en la acera”. Fue en ese lenguaje directo donde Toulouse-Lautrec encontró su mayor libertad artística, éxito comercial y reconocimiento.
La segunda mitad del siglo XIX presenció el explosivo surgimiento cultural de la vida nocturna parisina, “al multiplicarse los géneros y florecer las subculturas con espectáculos para satisfacer cualquier gusto y a cada estrato de la sociedad”. Estaban los cabarets artistiques, con sus multitudes literarias, la Comédie- Francaise, salones de baile y circos. Si antes estuvo limitado a los días festivos, a mediados de la década de 1850 el precio del licor decayó, lo que trajo una indulgencia habitual, en esos años Francia tenía el consumo más alto per cápita de alcohol. Viene a cuenta el dato, porque entre aquellas nuevas formas de entretenimiento apareció el café-concert, donde hombres y mujeres se reunían a comer, beber, fumar y escuchar música en vivo. Hacia 1896 había casi 300 establecimientos de este tipo, ahí llegaban dependientas, campesinas y modelos buscando el estrellato. De esas mujeres Toulouse-Lautrec creó “una oda”, un portafolio donde captura una parte representativa del café-concert: bailarinas como Jane Avril, cantantes como Yvette Guilbert, recitadores de monólogos como Mary Hamilton así como el público y el personal.
Las imágenes de sus musas no son retratos, sino totalizaciones, extrajo Toulouse-Lautrec los rasgos esenciales de cada una de ellas, así Yvette Guilbert es reconocible siempre por su vestido con bajo escote, su cuello extendido y los guantes negros, La Goulue con su cabello peinado en un moño alto y su gargantilla de listón negro o Jane Avril, con sus emplumados sombreros e imagen sofisticada, fue ella la artista con mayor presencia en la obra de Lautrec, lo que la llevó a decir en sus memorias, “Es cierto, sin lugar a dudas, que le debo la fama que disfruto la cual data del primer cartel que me hizo”.
No sólo fue ese su mundo, el artista formaba parte de un creativo grupo de autores, editores y compositores que le encargaron trabajos para promocionar sus obras. Desinteresado de la teoría, lo que más le interesaba era lo que lo divertía, sus trabajos aparecieron por igual en revistas humorísticas como Le Rire, en publicaciones con matices eróticos como La Fin de Siècle, en crónicas sobre los placeres de París, y en periódicos como Le Figaro illustré. Ilustró también La Revue Blanche y L´Aube. El diseño para promocionar noveletas rosas, como Reine de joie, cuya imagen no pasaba desapercibida en las calles de París, es ahora una de sus más célebres carteles.
Como gran amante del teatro, Henri Toulouse- Lautrec hizo un sinnúmero de carteles y programas para la vanguardista compañía del Thèâtre Libre, que introdujo la obra de Émile Zola y de August Strindberg. Lo mismo hizo con el Thèâtre de l´Oeuvre, que presentaba obra de teatro simbolista.
“Desde su mesa en el Moulin Rouge, desde su asiento de carruaje en el Bois de Boulogne y desde su palco en la Ópera o en el Théâtre Libre, le encomendaba a la memoria, y posteriormente a la piedra litográfica, las escenas de su ciudad. Estas representaciones de las múltiples facetas de París, en el trabajo, en lo bucólico y lo urbano, en el comercio y en el ocio, sus artistas y actores en el escenario o fuera de él, sus aristócratas y sus demimondaines, crean un retrato perdurable de un lugar y una época vistas a través de los ojos del principal artista y observador de la ciudad”, resume Sarah Suzuki la figura y la obra que guardan las pastas de este magnífico catálogo.
El París de Toulouse-Lautrec Impresos y Carteles del MOMA. Instituto Nacional de Bellas Artes, Secretaría de Cultura. México 2016. pp. 255.
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