Por Paula Jimena Soto Cruz
Estudiante de la UVM Campus Querétaro
Según la FAO, los huertos urbanos proporcionan alimentos frescos, generan empleo, reciclan residuos urbanos, crean cinturones verdes, y fortalecen la resiliencia de las ciudades frente al cambio climático. Este tipo de producción de alimentos hace hincapié en la alimentación placentera, la sostenibilidad ambiental, la equidad económica y el acceso universal a alimentos saludables.
Son parcelas pequeñas en las que se desarrollan tareas agrícolas con métodos de cultivo ecológicos con finalidades sociales y ambientales, creados en espacios que no están siendo aprovechados en la ciudad y sus alrededores. Un huerto urbano produce hortalizas para el autoconsumo, evitando el uso de agroquímicos (sustancias químicas en general) y generando potencial para desarrollar iniciativas de participación, aprendizaje e integración ciudadana.
Esta producción debe asegurarse de respetar los ecosistemas y ciclos naturales con el uso responsable de los recursos naturales que serán utilizados, como la energía, el agua, suelo, materia orgánica y el aire, para preservar y mejorar su calidad; además, ayuda a equilibrar la relación entre el medio urbano y el natural fomentando la biodiversidad y el equilibrio de los ecosistemas.
Los huertos urbanos no sólo son una oportunidad para disminuir la huella ecológica, si no que también promueven la seguridad alimentaria, nutricional y se logra un acercamiento entre productores y consumidores. Todo esto estimula el autoconsumo, lo cual puede reducir afectaciones en la salud que culminan en enfermedades como diabetes, obesidad o desnutrición. Además, pueden surgir efectos sociales positivos para personas jubiladas, desempleadas o en riesgo de exclusión social; incluso es una actividad terapéutica apta para personas que sufren de ansiedad, depresión, estrés o alguna discapacidad, así como para niños, ya que estamos hablando de una labor didáctica y educativa que mejora nuestra relación con los entornos y promueve practicas sostenibles.
En México 1 de cada 3 menores padece de desnutrición o están mal alimentados. El 5% de los niños de 0-4 años tiene sobrepeso y dentro de los niños y adolescentes de 5 a 19 años el 35% presenta sobrepeso y obesidad, mientras que el 2% está delgado o muy delgado. Ocupamos el primer lugar en consumo de productos ultra procesados en América Latina y el cuarto en el mundo; pero no solo eso, si no que consumimos alimentos cosechados con pesticidas nocivos para la salud, altísimos en calorías y bajos en nutrientes; sin mencionar la intensa publicidad y comercialización inapropiada de los mismos, lo cual ha creado ambientes obesogénicos que significan una amenaza para la salud y al futuro de la infancia y adolescencia en México.
Considerando que el 59% de los niños mexicanos no lleva una dieta balanceada y el 18% no consume frutas ni verduras y que, actualmente no muchas personas conocen el origen de los alimentos que consumen, crear huertos urbanos puede brindar un aprendizaje teórico y practico que eduque ambiental y nutricionalmente.
El primer paso para comenzar a cultivar ya supone un acto solidario con el medio ambiente, principalmente porque para generar abono tan solo deben reciclarse los desechos orgánicos que se generan en los hogares. Se estima que el 40 % de la basura que se genera en las casas corresponde a restos orgánicos y mucha gente no sabe que ese residuo es reutilizable. Entregarse a un modo de vida como el que proponen los huertos urbanos requiere de, en lugar de pensar en el valor monetario de las cosas, pensar en el valor que tiene la experiencia de cultivar. Cuando se cultiva, uno comienza a tener otra conciencia y otros conocimientos esenciales que el ser humano ha ido olvidando por la industrialización, la mercadotecnia y estilos de vida inmediatos, con altas horas de trabajo y poco tiempo para disfrutar de un proceso concreto como es la agricultura.
Cada vez son más las personas que se animan a construir un huerto urbano en su colonia, jardín o azotea. Quizás el impacto de esta acción aún es mínimo, pero si se convirtiese en una práctica generalizada, los beneficios para nosotros, el resto de la sociedad y el medioambiente serían mucho más notorios.
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